Gotas que hacen mar, ellos son Georgia –16 electrones–, Carolina del Norte –16–, Michigan –15–, Arizona –11–, Wisconsin –diez–, Nevada –seis– y, sobre todo, la joya de la corona: Pensilvania –19–. Sin este último no hay paraíso. Por eso, Harris y Trump dedicaron sus últimos esfuerzos a ese territorio. Los aparatos para movilizar votantes no son un invento argentino.
Es más, habrá que meterse dentro de cada uno de esos estados, condado por condado, para encontrar los cuadraditos azules o rojos definirán el pleito. Por esto se habla de 150.000 sufragios definitorios, menos del 1% de la participación que se espera. El número mágico es 270 y la puja en los "estados oscilantes" es voto a voto.
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¡Ojo!, parece decir un falso Donald Trump en Nueva York.
Un resultado demasiado cerrado podría, en teoría, prolongar la incertidumbre, sobre todo si Trump cumple con su promesa de impugnar todo lo que no lo favorezca, igual que hace cuatro años. Su narrativa del fraude marida con su amenaza de desconocimiento del resultado, con dichos sobre una supuesta revancha contra sus enemigos y con una definición delicada: "Si gano, voy a hacer un dictador el primer día", dijo hace algunos meses.
Es la economía…
La hiperpotencia vota más por lo doméstico que por su rol internacional. Sobre todo, como puede presumirse, por la economía.
Un rasgo fundamental para entender la administración Biden, de la que Harris será beneficiaria o rehén, es la ocurrencia del Gran Confinamiento y de sus secuelas sociales, políticas y económicas. ¿Sumará Harris su nombre a la breve lista de dirigentes que logran sobrevivir políticamente a la pandemia?
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La cuarentena, que no evitó en Estados Unidos el trauma de hospitales y hasta de morgues y cementerios estaduales y municipales colapsados, demandó un fuerte gasto público, que tras el desconfinamiento llevó la inflación por encima del 12% anual, un verdadero disparate para lo que el país está acostumbrado por lo menos desde la resolución de la crisis petrolera de principios de los años 70. Luego, la guerra en Ucrania impactó con fuerza en los precios de los combustibles, asunto especialmente sensible que dañó ulteriormente el poder de compra de los salarios.
Hoy, la economía luce recuperada en los números macro. El crecimiento oscila en torno al 2,8%, la inflación ha bajado al 2,4% –anual, desde ya– y el desempleo apenas supera el 4%. Sin embargo, persististe en la población un resentimiento por el empobrecimiento sufrido en los años recientes: el salario nunca terminó de equiparar el mencionado shock inflacionario, sobre todo en alimentos y combustibles. Los estadounidenses se sienten hoy más pobres que hace cuatro años y ese es un caballito de batalla extraordinario para el populista de derecha Trump.
La decepción de las clases medias trabajadoras y su resentimiento por las promesas incumplidas de los progresismos son combustibles que tiran del carro de la sociedades con fuerza hacia la derecha en buena parte del mundo. No estamos solos.
Ante eso, los republicanos ofrecen la conocida panacea de la reducción de impuestos para todos, pero –pícaros– más para los más ricos. Los demócratas tienen, obviamente, un sesgo más progresivo al respecto –ma non troppo–, pero el déficit fiscal que unos y otros dicen odiar crece sea cual sea el partido que se instala en la Casa Blanca.
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Donald Trump en una casa de comidas rápidas.
… y algo más
Además de la economía, otro tema fuerte es el aborto, sensible tanto para los defensores de su legalidad como para sus detractores.
La Corte Suprema de mayoría conservadora moldeada durante los años de Trump revocó el fallo histórico Roe vs. Wade y devolvió a los estados el poder de legislar en la materia, lo que hace que la interrupción de los embarazos ya no sea un derecho en todo el país. Los sectores más progresistas temen que el próximo paso del alto tribunal sea la ilegalización de esas prácticas.
La migración es otro de los temas fundamentales, con alrededor de 12 millones de personas sin papeles esperando eternamente un reconocimiento a su aporte a la economía. Dentro de ese grupo, resulta particularmente sensible el de los dreamers –"soñadores"–, quienes llegaron al país siendo niños o muy jóvenes y son considerados por muchos –pero no los suficientes– como merecedores de regularización.
En este aspecto, Trump se abraza al conservadurismo más radical: promete deportaciones de calado jamás visto y hasta imponer aranceles punitorios a las exportaciones que llegan desde México, país con el que Estados Unidos mantiene un acuerdo de libre comercio, en caso de que el vecino no frene la inmigración centroamericana que llega a través de su territorio.
Las deudas de Kamala Harris
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Captura de redes
La viceresidenta y los demócratas viven prometiendo una reforma migratoria que reconozca el drama de millones de personas sin papeles. Sin embargo, la falta de fuerza en el Congreso hace que nunca puedan pasar de las palabras a los hechos y deban conformarse con aplicar moratorias y alivios módicos a través de decretos.
Algo similar podría decirse del tema de la libre portación de armas, avalado por una enmienda constitucional. La cuestión es tan popular en amplios bolsones de la sociedad estadounidense que la propia Harris evitó el tema en el tramo final de la campaña.
Seguramente en el futuro, cuando se produzca una nueva matanza grande en alguna escuela, regresen las lagrimitas, las palabras de ocasión y las promesas que terminan diluidas en las cuevas de los lobbies.
China… y lo demás no importa nada
Donald Trump y Xi Jinping
Donald Trump y el presidente de China, Xi Jinping.
La política internacional no es lo central en la campaña, pero apela por el lado del orgullo del país como potencia excluyente.
La rivalidad económica, monetaria, política y de liderazgo internacional que le plantea a China a Estados Unidos es el gran dato de la realidad contemporánea. Para Harris, ese es el punto prioritario de la agenda; para Trump es el excluyente.
Con Biden, los demócratas han tratado el conflicto con una mezcla de negociación y enfrentamiento. Para Trump, no es tiempo de sutilezas y el futuro debe estar hecho de rivalidad pura y dura, aranceles y, si cabe, tensión militar en torno al enfrentamiento que Pekín mantiene con Taiwán, isla a la que considera un territorio rebelde y por tanto con derecho a ocupar cuando le sea políticamente viable.
Si China es casi lo único que le importa Trump en el mundo, la guerra entre Rusia y Ucrania ocupa para él un lugar secundario. El republicano ha prometido resolver el impasse que se mantiene estancada desde febrero de 2022 incluso antes de asumir la presidencia el 20 de enero del año que viene. Volodímir Zelenski teme ser el pato de la boda de ese arreglo y que el acuerdo se plantee en términos de la entrega de territorios del Este ucraniano al apetito de Vladímir Putin.
Guerra en Ucrania Guerra en Ucrania
Las negociaciones por un acuerdo que le ponga punto final a la guerra Rusia - Ucrania, estancadas.
Trump no lo niega ni lo confirma y, con eso, vuelve a sembrar dudas sobre el verdadero tenor de sus relaciones con el jefe del Kremlin. En la Unión Europea (UE) y en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) casi no hay Estados "oscilantes": el apoyo Harris es prácticamente total, toda vez que ella es la única que les garantiza la continuidad de la cooperación militar y económica que demanda esa guerra.
Para Trump y para una buena parte del electorado, el conflicto le está demandando a los Estados Unidos recursos que merecerían mejor destino y debería ser responsabilidad de la UE mantener el orden en su patio trasero. En el fondo y por raro que suene, el hombre es una suerte de aislacionista imperial.
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Javier Milei le obsequia una mémora al presidente ucraniano Volodomyr Zelensky
Captura de TV
Si en Ucrania Milei parece más cerca de Harris que de Trump, en lo que respecta a Oriente Medio la situación se invierte.
El republicano, que trasladó la embajada de su país de Tel Aviv a Jerusalén, respalda de modo irrestricto a Israel en el conflicto con Irán, la pelea de fondo en Oriente Medio. A pedir de Benjamín Netanyahu, otro ultraderechista inoxidable, la solución de dos Estados que contemple los derechos del pueblo palestino no es una visión que le interese demasiado al republicano. Con él restablecido en el poder, la guerra en Gaza y el conflicto intermitente con Irán y sus aliados regionales no debería precisamente amainar.
Al revés, Harris ha debido luchar con una imagen que se le ha pretendido crear de no ser una verdadera amiga del Estado judío. Se ganó ese mote políticamente espinoso por sus alusiones a un futuro Estado palestino y sus reparos por la enorme cantidad de víctimas civiles que está provocando la ofensiva israelí sobre la Franja de Gaza.
De ciertos dramas no se habla.