El equipo progresista forma hoy con Luiz Inácio Lula da Silva, que viene de anunciar un ajuste fiscal poco sexy para su base y –por motivos opuestos– para el mercado financiero, pero ajuste al fin. Sigue con Claudia Sheinbaum, que pelea para que el entrante Donald Trump no detone un acuerdo de libre comercio que a México le ha dada mucho en términos de negocios y exportaciones, pero poco en reducción de la pobreza. Suma también a Gabriel Boric, quien dista de ser el radical que asomaba en la protesta social; a Luis Arce, corrido por izquierda con motivación ultrapersonalista por Evo Morales, y a Gustavo Petro, que intenta reformar, pero cuya gestión y palabras quedan lejos de algunas expectativas iniciales. Incluye, también, a Orsi, quien ganó el ballotage de la semana pasada ocupando el centro, prometiendo estabilidad tributaria, expansión del aparato de seguridad y una reducción paulatina de la pobreza infantil.
¿Qué quedó de la "ola rosa" de los primeros tres lustros del siglo? ¿Es posible recrear ese legado, como pretende CFK, o no habrá nada que no sea absolutamente nuevo?
Esas preguntas se hacen acuciantes ante el brote ultraderechista que se ha instalado en Argentina y Brasil, amenaza en Chile por el persistente pospinochetismo y en Colombia se llama uribismo; el que espanta en Uruguay tanto al Frente Amplio como –bella noticia– al grueso de la Coalición Republicana, que se esforzó en la noche de la derrota por presentarse como una derecha democrática y republicana.
CFK, el agotamiento de un modelo y la base de la inflación en Argentina
El mundo de la primera década del siglo fue el de la explosión de las cotizaciones de las materias primas que exporta América Latina. Fue la del "crecimiento a tasas chinas" trazado por la potencia emergente, y, sobre todo, la de un bienestar que era posible extender sin estremecer profundamente las bases de la distribución de la riqueza. Fue, entonces, un boom que ocurrió, en buena medida, porque había más para repartir, que generó gobiernos populares tanto de centroizquierda como de derecha.
Argentina pasó por la crisis de las retenciones móviles –un intento torpe de alterar aquella base distributiva–, pero al final amplió hacia abajo el alcance del impuesto a las Ganancias y jamás tocó exenciones a sectores empresariales con amplia capacidad de lobby y financiamiento de la política ni privilegios de "casta", como la judicial. En esa actitud conservadora –ojo: acaso la única políticamente viable, dadas las resistencias sociales constatadas– el módico Estado benefactor recreado socializó sus costos a través de una inflación que afectó más a los pobres que a los ricos.
La crisis estadounidense de las hipotecas de 2007-2008, su derrame a Europa, el colapso de los PIGS –Portugal, Italia, Irlanda, Grecia y España–, la tragedia griega y el descenso de un par de escalones del crecimiento chino fueron las primeras campanadas de un fin de ciclo. La segunda, definitiva, fue el Gran Confinamiento de 2020-2021.
La izquierda se encuentra frente a un panorama internacional mucho más hostil que el vigente en sus años de gloria. La felicidad siempre es una construcción retrospectiva.
Todo concluye al fin
El crecimiento de China –con eso, su tracción de materias primas y cotizaciones– ya no es de casi el 10% anual, sino del 4 al 5%. El estado delicado de su sector bancario y la menor disponibilidad de fondos reducen una capacidad prestable que antes fluía sin límites al mundo en desarrollo.
La puja por la hegemonía internacional con Estados Unidos pasará de severa a agresiva en el mismo momento en que se crucen en los pasillos de la Casa Blanca Joe Biden y Trump, quien llega con un arsenal de amenazas arancelarias capaz de meter al mundo en una ruinosa guerra comercial.
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Donald Trump y Joe Biden, en el debate que protagonizaron, que dejó en evidencia la senilidad del segundo y que lo obligó a bajarse de la carrera.
De concretarse en la medida de los amagues, eso implicaría un ciclo proteccionista y de enfriamiento del comercio global que dejaría en el aire los pedaleos de los gobiernos que apuestan sus modelos económicos a las oportunidades de los mercados externos en detrimento de los domésticos.
Si primaran el mantra de "Estados Unidos primero" y el mencionado proteccionismo, la inflación podría empinarse en ese país, lo que llevaría a la Reserva Federal a frenar la reducción de las tasas o, en un extremo, a incrementarlas. Continuando con el encadenamiento de hipótesis que se plantea –un escenario probable, no seguro–, si eso ocurriera, el capital financiero podría salir en estampida de los mercados emergentes, hundir esas monedas en una medida mayor que la ya registrada en las últimas semanas y ponerle fin a la ilusión de Milei y Toto Caputo de un superpeso sustentable. ¿Adiós al carry trade, a la desinflación políticamente ganadora y al rebote de gato muerto de los salarios?
Acaso sea ese escenario, tan disímil del de inicio de siglo, lo que defina el carácter inevitable de una izquierda posible.
¿Será una que ya no pueda forzar una distribución del ingreso sin preocuparse por la expansión de la riqueza general y una que deba conciliar –aun a costa de moderar su vocación igualitarista– las necesidades del capital y del salario? ¿Una que, aunque opere en países que en lo productivo viven todavía sin completar la materia Siglo XX, está rodeada de un mundo de economía digital, procesos automatizados, mercados laborales fracturados, inteligencia artificial y plataformas que imponen algoritmos orwellianos?
¿Será una que en lo social sepa recoger un poco el barrilete de necesarias reivindicaciones de minorías que, en sus formas, fueron más allá de lo que las mayorías podían acompañar o incluso entender?
No hace falta arriar ninguna bandera para advertir que Milei conecta mejor con el sentido común cuando pone a Cristina a litigar por su jubilación y pensión de 22 millones de pesos –es su derecho, pero ¿es su conveniencia?– y cuando le cierra la puerta a los cambios de identidad de género de algún presidiario puntual y oportunista.
Claro, eso viene en el combo de la rancia batalla cultural, la revocación de los DNI no binarios y la quema de banderas LGTBI.
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El presidente de La Libertad Avanza (LLA) de Santa Cruz, Jairo Henoch Guzmán, realizó este violento posteo en Instagram.
También, de la expansión de la Oficina del Odio que opera en las redes sociales, de los discursos violentos, de los anuncios de "brazos armados" y "guardias pretorianas" de un presunto emperador, de las votaciones medievales en organismos internacionales, del gobierno a sola firma, de la amenaza de jueces por decreto, de la política de la extorsión, de los insultos con lengua de motosierra, de los amagos de deriva de la derecha radical hacia una extrema y antisistema y, en definitiva, de una suerte de "fascismo del siglo XXI".
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Santiago Caputo le dio un respaldo simbólico a Daniel Parisini, alias "Gordo Dan", al visitarlo en su streaming y comer "bananas de mandrilandia". ¿Jefe intelectual y fáctico, respectivamente, de la "fuerza armada" de Javier Milei?
El progresismo ante la ultraderecha de Trump, Javier Milei y Cía
Acaso el progresismo deba repensar en qué lugar establece, en la coyuntura actual, sus líneas rojas. ¿Restablecer ideas como la de equidad en los esfuerzos y en los beneficios, y de restauración de la convivencia democrática serían poca cosa para empezar?
¿Hay, entonces, alternativas radicales viables cuando se trata de armar coaliciones socialmente amplias, de inevitable baricentro moderado, como la que armó Lula da Silva para neutralizar al bolsonarismo golpista y aparentemente magnicida, o como la que encontró Orsi, que mira lo que pasa en el barrio y que, para ganar, fue más allá del electorado cautivo del Frente Amplio?
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Yamandú Orsi visitó esta semana a Luiz Inácio Lula da Silva en Brasilia. Argentina le queda más lejos…
¿Se tratará entonces de componer una "nueva canción" –Axel Kicillof dixit–, tan deplorada por el peronismo conservador de izquierda, el que ordena hacer "saludo uno" cuando habla La Jefa?
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Si Pepe Mujicanunca tuvo demasiado filtro, directamente lo extravió en su recta final. Así, se permitió ser grosero con alguien que hace sólo una semana lo había saludado con cariño, pero eso no implica ignorar el contenido de sus dichos.
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"Ahí está la vieja Kirchner en la Argentina al frente del peronismo. En lugar de ponerse de vieja consejera y dejar nuevas generaciones, no, está jodiendo ahí. ¡Cómo les cuesta largar el pastel, qué lo parió!", dijo.
"Y lo de Evo es inconcebible también", siguió. "En la vida hay un tiempo para llegar y otro tiempo para irse", completó, como si en verdad se hablara a sí mismo.
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¿La cuadratura del círculo?
En una interesante columna, Juan Rezzano reflexionó esta semana sobre lo que la política podría o debería hacer para "volver mejor" cuando –alguna vez– pase la ola ultraderechista, más o menos perceptible en cada país. En ese contexto, citó un ensayo publicado en The New York Times del economista Daniel Chandler, quien a su vez aludió al filósofo político John Rawls.
Capítulo particular dentro de esa cuestión, Rawls se refirió a la necesidad de reconstruir un progresismo "de amplia base y genuinamente transformador no sólo para los demócratas estadounidenses, sino también para los partidos de centroizquierda a escala internacional". Esa corriente debería defender "una sociedad inclusiva y tolerante, una democracia vibrante, la igualdad de oportunidades y resultados justos". En Estados Unidos, lo que en verdad le interesa a aquel autor, la distancia de esos ideales es tal, que hay que comenzar por proponer "una reforma responsable pero radical".
Responsable y radical… ¿la cuadratura del círculo?
Claro que más de uno podría preguntarse por el valor de una izquierda así de herbívora, pero otros podrían interrogarse sobre las alternativas.
Cuando aún debe construirse, la historia es pura incertidumbre.