Sin embargo, la charla continuó por carriles interesantes, que recogen la experiencia de un hombre que fue dos veces embajador en Washington –con Eduardo Duhalde y con Carlos Menem –, además de haber cumplido el mismo rol en China –con Mauricio Macri –, Brasil y la Unión Europea, en los dos últimos casos en el menemismo, entre otras posiciones.
La conversación expresa un punto de vista interesante por no tratarse de un crítico radical del gobierno de Javier Milei. Al contrario, Guelar, que se presenta como precandidato del PRO a senador nacional por la Ciudad de Buenos Aires, se define como "un oficialista no libertario" que apoya el programa económico, pero que se diferencia en lo filosófico. "No soy libertario porque ellos tienen un pensamiento autoritario y no democrático", dijo. Desde ese lugar, ¿qué piensa de los cruciales comicios del martes, del modo en que la Argentina se planta ante la potencia y del rumbo de una política exterior que ha estado en severo entredicho en los últimos días?
–Cuando digo que no nos jugamos nada me refiero a que no somos una prioridad para los Estados Unidos. Nuestro ombliguismo nos hace pensar en conspiraciones desde la izquierda antiimperialista o, por el otro lado, que la elección de un gobierno u otro nos va a proveer soluciones mágicas. Las dos posiciones son falsas. El otro está tan lejos que no escucha ni nuestros gritos de amor ni los de odio. Sé que esto ofende el ego argentino, pero hay que entender qué significa el concepto de "prioridad", algo que suele costar en nuestro país.
–Explíquelo.
–Cuando uno observa 20 objetivos en el horizonte, debe marcar prioridades. Estas pueden ser una, dos o tres como máximo. Estados Unidos tiene 191 interlocutores en el mundo y diferentes áreas de interés. Una es China, otra es la relación con Rusia y el conflicto de Ucrania, otra es Medio Oriente, otra la cuenca mediterránea, otra el Caribe y México, otra Japón… Ahora, cuando se enumera todo eso, nuestra región queda fuera de las prioridades aunque nosotros pensemos lo contrario, ya sea desde el antiimperialismo como desde la obsecuencia. Si se pretende entender qué quieren los Estados Unidos, hay que mirar el mundo desde Washington y no desde nuestro ombligo.
–Primero se trataría de ver dónde estamos parados.
–Nosotros perdimos el posicionamiento privilegiado que teníamos hace unos 50 años, cuando éramos un país periférico rico como Canadá y Australia. Hoy no estamos en esa short list porque dejamos de ser la primera economía de Sudamérica, como éramos allá por 1970, incluso por encima de Brasil a pesar de las diferencias de superficie y población. ¿Usted alguna vez escuchó a un líder de Canadá o de Australia decir que era el más importante del mundo? No, porque ellos saben que son países periféricos ricos, pero periféricos al fin y al cabo. Este es un dato central.
–¿Un triunfo de Trump podría facilitar la renegociación del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI)?
–Ese tema está sobrevaluado. Estados Unidos es el principal miembro del Directorio del FMI, pero no es el único. Detrás está en Japón, luego China, etcétera. Lo importante es tener un objetivo de largo plazo. Nuestra aspiración máxima debería ser convertirnos nuevamente en un país periférico rico, algo que podríamos fijarnos como objetivo para dentro de unos 30 años. Eso sería tocar el cielo con las manos.
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Donald Trump es un modelo a seguir para Javier Milei a pesar de las diferencias ideológicas que existen entre un proteccionista y un libertario.
–¿Por qué perdimos ese lugar?
–Lo que nos trajo hasta acá, hasta la condición de país pobre, fue lo hecho por una dirigencia que trató de pensar en grande en lugar de plantearse objetivos realistas. Me refiero al sueño de la Argentina potencia.
–¿Faltó pragmatismo?
–Hoy tenemos enfrente a la región Asia-Pacífico, cuyo centro es China, pero que va más allá porque incluye a Japón, Tailandia y Vietnam, entre otros países. Allí están, por lejos, los clientes más prometedores para el negocio agropecuario y eso tiene la centralidad, más allá de lo que pase en las elecciones estadounidenses. Podríamos producir y colocar en esos mercados cinco veces más productos agropecuarios que los que colocamos en la actualidad. Muchos cancilleres se han planteado con ignorancia el objetivo de "abrir mercados" sin reparar en que hay más de 200 mercados abiertos, pero que no atendemos por falta de producción. Claro que hay que aumentar las exportaciones, pero para eso tenemos que entender dónde están los clientes y cuáles son nuestras condiciones de producción.
Estados Unidos y el problema del alineamiento
–Según dijo Milei, la política exterior Argentina está orientada por el alineamiento con Estados Unidos, Israel y las democracias del mundo libre. ¿Hay un mal diseño inicial?
–Es que no tenemos claro qué somos. Argentina tiene un problema de identidad. La política externa es una parte muy importante de la política interna, no son dos dimensiones que puedan separarse. Debemos definir quiénes somos y trabajar para generar más comercio, inversiones y recepción de turistas. Para eso debemos asumir que somos un país periférico con posibilidades de exportar más, para lo que necesitamos una estructura comercial abierta en un mundo que no es ideológico. Esa condición de país periférico con gran potencial productivo en alimentos, minerales y combustibles tiene que ser la base de una política exterior, pero antes que eso es un problema de índole interna.
–¿Qué le sugiere el término "alineamiento"?
–No entiendo esa palabra. Como embajador de Menem en Estados Unidos, di esa discusión y le dije que no entendía qué significaba "alineamiento". "Presidente, no me gusta que usemos esa palabra porque nosotros no nos alineamos con Occidente, somos Occidente", le señalé. Hablar de alineamiento habilita la oscilación, el cambio. Como país, nacimos agrietados y occidentales. Nuestra primera grieta fue la de Mariano Moreno y Cornelio Saavedra, pero ninguno de ellos tenía una sola gota de identidad que no fuera occidental. Eso está en nuestro ADN. Ahora bien, cuando digo que somos Occidente hablo de un Occidente plural, desde Bolivia hasta Suecia. Puede haber fantasías acerca de que Trump es la encarnación de Occidente, pero también lo son Harris y Emmanuel Macron.
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El presidente francés, Emmanuel Macron, visitará a Javier Milei este mes antes de la cumbre del G-20 en Río de Janeiro.
–Habla de una tradición amplia y mucho más rica.
–Claro. Hay tres vertientes fundamentales para definir qué es Occidente: la cristiana, la liberal y la socialista…
–Más de uno en el Gobierno se horrorizaría al escuchar la última palabra…
–Bueno, pero si se quita cualquiera de esas patas, se cae la mesa. Se puede ser un poco más cristiano que liberal o más liberal que socialista, etcétera, pero siempre se trata de una combinación de matices de lo que entendemos por Occidente; de un Occidente plural, diferente de las tradiciones oriental o musulmana, estructuradas en base a sociedades verticales. Fíjese que los tres regímenes hegemónicos que rigen en el mundo fueron inventados en Europa: la monarquía parlamentaria, el presidencialismo republicano y hasta el partido único, que se aplica en China pero que es producto de la tradición marxista.
–¿Una definición más estrecha de Occidente como la que se plantea hoy en Argentina puede llevar al aislamiento?
–Yo soy judío y tengo un planteo muy claro de solidaridad con Israel, pero ¿cómo se puede hablar de alineamiento con Israel cuando el 80% de la población de ese país no está alineada con Benjamín Netanyahu? Se trata de creer en un vínculo que nació hace 76 años y que reafirmo, pero que no es alineamiento.
–¿Cómo siguió la polémica por la votación contra el embargo a Cuba, la salida de Diana Mondino de la Cancillería y su reemplazo por Gerardo Werthein?
–Fueron 187 países, siguiendo una larga tradición, que exhortaron a Estados Unidos a no insistir en un elemento que sirvió para la legitimación de la dictadura cubana, el embargo que el régimen llama "bloqueo". El embargo no sirve, eso es un consenso que rige en el mundo y hasta en buena parte del establishment de los Estados Unidos, más allá de la influencia de un lobby cubano más importante en peso político que en número de personas. Y no entro a juzgar lo que pasó con la señora Mondino, que no sé por qué fue canciller ni por qué dejó de serlo.
–Tras ese episodio se habla de una purga en el Ministerio de Relaciones Exteriores. ¿Cómo se resuelve la tensión entre la necesidad de un gobierno de aplicar sus políticas y el rol del cuerpo diplomático?
–Eso está totalmente resuelto en los países democráticos. Debe haber libertad de pensamiento, pero verticalidad en el cumplimiento de las instrucciones. El diplomático asesora y el poder político decide. Existen mecanismos como el encriptado de los comunicados entre las embajadas y la Cancillería para que se pueda opinar por vías reservadas y aportar opiniones que hacen al patrimonio diplomático del país. El kirchnerismo le hizo mucho daño a la Cancillería profesional porque hizo lo que ahora está haciendo el presidente Milei: la llenó de miedos para imponer su visión. La relación con el cuerpo diplomático debe ordenarse desde la pluralidad, no porque se lo imponga a un presidente. El trabajo profesional incluye la libertad de pensamiento y no se trata de una relación que el poder pueda resolver con purgas y repurgas.