En el plano interno, se basó en ambos casos en el rechazo a las élites tradicionales, en el proteccionismo comercial y en lo que hoy se calificaría como un populismo que confía más en la Segunda Enmienda de la Constitución –armas para todos– que en el monopolio de la fuerza por parte del Estado federal.
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La Segunda Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos establece que "siendo necesaria una milicia bien ordenada para la seguridad de un Estado Libre, no se violará el derecho del pueblo a poseer y portar armas".
Donald Trump, un jacksoniano del siglo XXI
Los ataques al "pantano" de Washington DC, su condición de empresario –que le da un aura de éxito y de outsider–, su America first y su arenga justo antes del asalto sangriento al Capitolio el 6 de enero de 2021 para evitar su desplazamiento del poder son mojones que conducen por un camino en línea recta.
En el plano exterior, su condición de jacksoniano se definió por un aislacionismo relativo –el que puede permitirse una hiperpotencia del sigel lo XXI, no el país emergente del siglo XIX–, su prioridad por los intereses domésticos, la abominación del libre comercio –al menos cuando no beneficia al país–, su rechazo a formas de cooperación internacional que limitaran la capacidad de decisión propia y el desinterés por los programas de asistencia al desarrollo.
Para Trump, las Naciones Unidas no deben establecer paradigmas que –como Milei– asocia a un intento de "gobierno mundial" –para eso está Estados Unidos–. La organización, considera, no tiene por qué imponer parámetros para luchar contra un cambio climático en el que no cree o contra una inequidad de género que no lo preocupa.
Ya en el inicio de su primera administración anunció la retirada de su país de la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) por su inutilidad y su supuesto "sesgo contra Israel".
La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) fue otro blanco de su ofensiva, por considerar que Europa no pagaba su parte del esfuerzo de defensa común, lo que lo llevó continuamente a amenazar con cortar ele presupuesto aportado por el país.
El interés estadounidense según Donald Trump
En la visión jacksoniana –trumpista–, el mundo se define de modo pesimista en términos de una "convivencia" hobbesiana –caótica y violenta– entre los Estados, lo que justifica el recurso a la fuerza en función del interés nacional. Sin embargo, esto convive con una cierta tendencia aislacionista, que impone un criterio quirúrgico a las intervenciones estadounidenses. Meterse en conflictos de importancia secundaria es lesivo para el bienestar económico del país y para su respetabilidad como potencia invencible.
Se trata de entender qué es para el presidente electo lo central y qué es lo secundario.
"Soberanista" –o nacionalista de nuevo cuño, definido por el rechazo al "globalismo", es decir la presunta utilización de la globalización por parte del marxismo cultural–, lo fundamental es la preservación de los Estados Unidos como potencia excluyente. En ese sentido, la prioridad excluyente es la competencia con China, base de las políticas exterior, comercial y de defensa.
Eso no choca con la percepción de Joe Biden y de Barack Obama, por ejemplo, pero sí hay una diferencia de énfasis. Para Trump, ponerle freno al desafío que la superpotencia emergente plantea en todos los ámbitos es, probablemente, la prioridad absoluta.
Alguien deberá encontrarle a Milei una narrativa que concilie su "trumpismo periférico" –no se sabe si es soberanista e industrialista como el original o librecambista e industricida– con su reciente descubrimiento de China –la misma que hasta ayer nomás denostaba– como "un socio interesante", que presuntamente no pide a cambio de su ayuda más que ser dejada en paz…
China, la obsesión
Para pujar con Pekín, el magnate iría más allá de lo conocido hasta ahora, esto es del apoyo a Taiwán –isla considerada por el régimen comunista como un territorio rebelde y, por lo tanto, sujeto a reconquista– y la disputa por el control del mar de China Meridional. También, del bloqueo a la expansión de empresas como Hawei en el mercado global del tendido de redes de Internet de alta velocidad y de la carrera espacial. El conflicto reforzará ahora el sesgo proteccionista que inauguró el primer trumpismo y que Biden no revirtió.
El mandatario electo, que tendrá un poder inconmensurable al controlar también el Congreso y hasta la Corte Suprema, ya avisó que impondría un arancel del 60% a todos los bienes importados desde China, el que llegaría al 200% cuando se trate de productos sensibles. ¿Guerra comercial en ciernes?
China también juega. Ese país es el segundo tenedor estatal de Bonos del Tesoro, 768.300 millones de dólares a mayo último, sólo detrás de Japón. Eso representa el 9,6% del total.
Ese mismo mes, Pekín se desprendió de títulos por 53.000 millones de dólares, un aviso de cierta capacidad de daño en el marco de la política de desdolarización que promueve alrededor del mundo, de la cual el swap cambiario con Argentina –una deuda que Milei pretende patear todo lo posible para adelante– es apenas un capítulo.
Si China es la gran amenaza, el renglón siguiente en el manual del "antiglobalismo" es la inmigración. Para Estados Unidos es especialmente centroamericana, pero a nivel global tiene un sesgo islámico importante, lo que lleva a las ultraderechas del hemisferio norte a vincularla directamente con el terrorismo y a alertar contra una presunta amenaza a los valores occidentales, tanto cristianos como judíos.
Esto tiene un impacto en el mileísmo, que presenta con frecuencia cada vez mayor, destellos soberanistas que diluyen el componente anarcocapitalista original. La nueva denominación de la Secretaría de Culto de la Cancillería, que incluye ahora el concepto de "y Civilización", entregada a Nahuel Sotelo –hombre de Santiago Caputo–, es parte de la incorporación argentina a las huestes internacionales de la batalla cultural.
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Donald Trump y Javier Milei serán aliados estrechos en lo político, pero sus agendas económicas presentarán grandes divergencias.
El antiislamismo –cuando no la lisa y llana islamofobia– solidifica la alianza con Israel, al menos en tanto ese país siga gobernado por la ultraderecha guerrerista que lidera Benjamín Netanyahu. El respaldo de Trump es total, algo que se puso de manifiesto en su primer gobierno cuando trasladó la embajada de Estados Unidos de Tel Aviv a Jerusalén, ciudad que para el Estado judío constituye una unidad irrenunciable tras la anexión del sector oriental –palestino– en la guerra de 1967. Prácticamente todo el resto del mundo deploró esa acción, pero Milei podría acelerar en el mismo sentido cuando el republicano vuelva a atravesar la puerta de la Casa Blanca.
Tal paso sería un inconveniente, que tal vez una Cancillería tomada por asalto no podría puntualizar. Reconocer la unidad de Jerusalén bajo soberanía israelí implicaría admitir la legitimidad de la conquista y la colonización de territorios, veneno doctrinario y de relaciones públicas para la causa Malvinas.
En este sentido, convendría prestar atención al devenir de la guerra intermitente, pero ya directa que el Estado judío libra con Irán, que sigue avanzando hacia la obtención de "la bomba". Una escalada de ese conflicto no parece descartable, algo que tendría repercusiones profundas para la economía global.
Rusia celebra la nueva era
Puede parecer curioso que quede tan abajo en esta columna la cuestión de Rusia, pero no es el caso en el mundo de Trump.
Ucrania, para él, es un problema europeo, "patio trasero" de una UE que deberá poner de su propio bolsillo el financiamiento de una seguridad que no es área prioritaria para Estados Unidos. Por eso Vladímir Putin se esperanza con romper, desde el 20 de enero, el aislamiento de su país y hasta con un arreglo impuesto a Ucrania que implique la transferencia a Rusia del este rusoparlante de ese país.
En su mensaje de felicitación, Volodímir Zelenski mezcló formalidades con mensajes oblicuos.
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"Esperamos que Estados Unidos sea fuerte bajo el liderazgo decisivo del presidente Trump. Confiamos en que Ucrania seguirá recibiendo un fuerte apoyo bipartidista en Estados Unidos".
Se confía en lo que no puede darse por descontado.
Y en el fondo del tarro…
América Latina en general y Argentina en particular no son prioridad para Estados Unidos. Lo que a demócratas y republicanos les interesa de la región es una agenda limitada al control del narcotráfico y el lavado de activos, y sobre todo la migración.
Si el proteccionismo comercial de Trump tiene una dimensión lógicamente económica, también cuenta con una política: el arancel será un medio de disciplinamiento de países a los que se considera hostiles o peligrosos.
La esfera comercial del tema se expresa en el 10% general con el que Trump planea gravar, como mínimo, todas importaciones que lleguen a Estados Unidos. Sin embargo, con México ese número podría trepar notablemente si la izquierdista Claudia Sheinbaum no le garantiza que frene el flujo de inmigrantes centroamericanos que cruzan a Estados Unidos tras atravesar territorio mexicano.