Vertiginosa, la realidad argentina brinca de tema en tema: del FMI al escándalo de las criptomonedas, a los decretazos para la Corte Suprema, al apagón por la ola de calor, a la tragedia de Bahía Blanca, al drama de los jubilados y la represión de Patricia Bullrich, al conflicto institucional en ciernes y vuelta a empezar… Siempre se vuelve al Fondo o, mejor dicho, a la llaga de la devaluación. El tema se volvió ineludible tras lo ocurrido el viernes en el mercado, cuando el sostenimiento de las paridades se logró mediante una cuantiosa venta de reservas en un contexto de acelerado desarme de posiciones en pesos. ¿Alguien sabe algo, alguien lo presume? ¿Quién efectuó ese disparo de salida? ¿Fue una falsa a larma o habrá que mirar con atención lo que ocurra allí en el inicio de la semana?
El punto de De Pablo es interesante. El decreto de necesidad y urgencia (DNU) 179/2025 establece una serie de considerandos para justificar la gambeta al Congreso y apenas define que "la operación de crédito a ser celebrada se enmarcará en un Programa de Facilidades Extendidas", esto es a "un plazo de hasta diez años con un período de gracia de cuatro años y seis meses". Fin.
La tasa, el monto, el cronograma de desembolsos y las condicionalidades se mantienen en secreto. También, de modo especialmente sensible, cómo hará el Banco Central para recomponer sus reservas y, según dijo Toto Caputo, en qué consistirá el "nuevo esquema cambiario" que, como había anticipado Milei en el Congreso –con cara de sorpresa del ministro incluida–, supondría la salida del cepo antes de fin de año.
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Durante la última apertura de sesiones del Congreso, Toto Caputo no pudo evitar un gesto de sorpresa al escuchar la promesa de Javier Milei de eliminar este mismo año las restricciones cambiarias.
El dólar de Toto Caputo
¿En qué consistirá el "nuevo esquema cambiario? ¿Será, como sugiere De Pablo y como espera buena parte del mercado, una secuencia que comience con una aceleración del crawling peg desde el actual 1% –un seguro de creciente atraso cambiario– y derive en "un salto devaluatorio con fecha" en el contexto de una liberación y unificación del tipo de cambio?
Se verá. Más allá de eso, aunque sea ilegal, el sigilo tiene su razón de ser. Una segunda devaluación –tras la de diciembre de 2023, de un violento 54%– implicaría, de concretarse, un nuevo replanteo de los precios relativos, con bienes y servicios al alza y salarios y jubilaciones en baja. En otras palabras, un rebrote de la inflación que, aunque sería mucho menor que el fogonazo del debut de Milei por partir de un IPC de base más baja y ser efecto de una devaluación también menor, podría socavar parte de la confianza pública en el rumbo económico.
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"¿Otra vez sopa?", podría preguntarse, con fastidio, la parte de la sociedad que apoya al Gobierno a pesar de los esfuerzos que se le han impuesto en estos meses, tolerables mientras la desinflación valga la pena y cuando el IPC viene estancado en el dos y pico por ciento desde hace cinco meses.
¿Una Navidad a lo Nicolás Maduro?
Por eso, 2025 podría ser un año corto. ¿Será que habrá que tomar sidra y comer pan dulce poco después del 26 de octubre, el día fijado para las elecciones legislativas, y que luego de eso comenzaría, devaluación mediante, un 2026 anticipado? Si así fuera, el país pasaría unas curiosas fiestas anticipadas a lo Nicolás Maduro.
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¿O acaso los cambios hacia el "nuevo esquema" podrían empezar incluso antes?
La "necesidad y urgencia" planteada por el DNU contrasta con la narrativa que presenta el plan de estabilización de Caputo como "el más exitoso de la historia". Asimismo, a los empeñosos redactores del decreto se les escapó que trataron de justificar la violación de la ley 27.612, conocida como "ley Martín Guzmán", hablando de una "operación de crédito", que es exactamente que esa norma demanda que pase con el Congreso. Puede fallar.
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El artículo dos de la llamada "ley Guzmán" obliga a que cualquier acuerdo con el FMI sea autorizado por una ley del Congreso.
El anuncio anticipado de un pacto que el Gobierno aún no alcanzó fue un intento del Ministerio de Economía por mejorar expectativas que venían en franco retroceso, con tensiones en los mercados paralelos del dólar que el Banco Central aplacó vendiendo reservas de un modo llamativo e insostenible.
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El viernes, de hecho, se registró una rueda particularmente intensa y de volumen negociado inusual, que terminó con una pérdida de reservas de 474 millones de dólares, la segunda mayor de la era Milei. Hubo gente que desarmó posiciones aceleradamente.
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La apuesta era que "el anuncio" cambiara esas expectativas, pero ese amigo de doble filo que es Donald Trump aguó la fiesta que se preparaba. Su guerra comercial contra el mundo derrumbó los mercados internacionales y, con ello, la cotización de los activos nacionales, mandando otra vez bien arriba de los 700 puntos básicos el riesgo argentino.
El sentido de pactar con el FMI
Esto es relevante. El acuerdo con el Fondo busca, como siempre, que el país signatario recupere acceso al mercado voluntario para refinanciar sus compromisos. Este entendimiento intenta que Argentina lo logre con vistas a los vencimientos de 2026, pero eso dependerá de lo que ocurra en un mundo que el republicano pretende moldear a martillazos.
El país parece condenado a vivir en zona de riesgo. A los 41.000 millones que, por el aporte de campaña que Trump y el FMI le hicieron a Mauricio Macri en 2018, habrá que sumar ahora un monto aún no explicitado. El Fondo, ya un donante de última instancia de todo gobierno de derecha que le proponga el fin del peronismo, entierra más plata en un país tal vez insolvente en el mediano plazo.
Si eso se probara así, el organismo volvería a atravesar esas crisis internas que lo llevan a fingir auditorías sobre sus procedimientos. Sin embargo, no perderá lo suyo y será la Argentina la que entre en una racha de renegociaciones que impliquen una nueva era: la del ajuste perpetuo. Ya se sabe por qué canaleta se irán los dólares que genere Vaca Muerta.
Milei repite una y otra vez que la motosierra llegó para quedarse. El acuerdo con el Fondo Monetario viene a remover un cepo, el cambiario, pero también para imponer otro más pesado e duradero: el fiscal. La Argentina, se supone, sería por fin disciplinada.
Patricia Bullrich y la fórmula de la gobernabilidad
Como también él se imagina eterno –cuanto menos, su legado–, el Presidente tampoco oculta la fórmula de la gobernabilidad de la nueva Argentina. El viernes, al presentarse en Expoagro, puso a su derecha el futuro inmediato del proyecto ultraderechista –José Luis Espert, candidato bonaerense in pectore– y a su izquierda a la garantía de largo plazo: el aparato represivo que comanda Patricia Bullrich.
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La suerte de Pablo Grillo tal vez no sea un "daño colateral" –Florencia Arietto dixit–, sino un anticipo.
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Planteado como un aporte de campaña, el nuevo paquete del FMI busca –siempre con la mano invisible de Donald Trump– cerrarle el paso al populismo malo, el peronismo distribucionista. Sin embargo, se impone la cautela al pensar si lo que no logró con el centroderecha más tradicional de Macri lo conseguirá ahora con el populismo bueno, el de ultraderecha de Milei.
Si el proyecto, acaso, volviera a fracasar, quedaría una deuda aun más cuantiosa (¿50.000, 60.000 millones de dólares?) y la evidencia de una violación flagrante de la ley argentina, por haberse contraído a espaldas del Congreso.
Unión por la Patria (UP) advirtió que el bypass al Poder Legislativo convertiría esa deuda en "ilegal e ilegítima".
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Si, como lo hizo a continuación de Macri, el peronismo volviera al poder después de Milei, ¿se animaría a ser consecuente con ese aviso o una vez más la presión del Círculo Rojo, la razón de Estado y, acaso, la propia prudencia lo llevarían a negociar y renegociar una deuda impagable?
Argentina, ya se sabe, no está condenada al éxito. Sí, en cambio, a vivir tiempos interesantes. Parece una maldición china.