La masividad de la marcha de este sábado, un límite social a la yihad homofóbica, antifeminista, macartista y antiderechos explicitada como nunca por Javier Milei en el Foro de Davos, destaca un hecho relevante: la Argentina es un país demasiado grande para este presidente o, dicho de otro modo, este presidente es demasiado pequeño para el país que gobierna.
El porte, despliegue territorial y transversalidad de un reclamo que fue una iniciativa valiente de colectivos LGBT+ y feministas, pero que fue abrazada por sectores no comprometidos militantemente con esas agendas, constituyeron el primer intento de ponerle freno a una praxis política que pone en tela de juicio más de cuatro décadas de construcción de una convivencia democrática. Praxis que, además, concibe una sociedad mucho más acotada y menos diversa que la real.
Mientras naciones vecinas con economías infinitamente más ordenadas vivieron en los últimos años procesos de conmoción social de gran envergadura –Chile, Colombia, Brasil, Ecuador, Perú, Bolivia…–, la Argentina ha sido un ejemplo de estabilidad política en América Latina. La mácula fuerte de 2001 obedeció a dimensiones ajenas a lo estrictamente político y hay que remontarse a ese año para encontrar un momento de verdadera tensión institucional.
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Javier Milei lanzó su diatriba antiderechos en el Foro Económico Mundial de Davos, Suiza.
El desafío de Javier Milei
El bien de la estabilidad ha sido posible, la convivencia social ha sido exitosa. El país ha sido pionero en la extensión de derechos que fueron consagrados por los poderes del Estado, pero que en todos los casos fueron impulsados por sectores de la sociedad civil con un acompañamiento de mayorías. La reivindicación de lo conquistado salió al fin a la calle.
Disfrazado de un traje maltrecho de libertad mal entendida, el mileiato ha venido a desafiar con su discurso violento y su libertarismo liberticida ejes de convivencia que todas las encuestas ubican bien por encima del 60% y hasta del 70%: matrimonio igualitario, educación sexual en las escuelas, identidad de género, cupo trans y señalamiento legal de la especificidad de la violencia misógina. La yihad es una misión trascendente, que no mira sondeos.
El border decálogo de acción política presentado por Milei, una vuelta de tuerca reaccionaria que marca su viraje desde la derecha radical a la extrema, es un traje chico para esa Argentina.
Les guste al Presidente y a los panfletistas que lo entornan –Agustín Laje y Nicolás Márquez–, a los asesores que deciden por él –Santiago Caputo– y a los agitadores digitales que le endulzan el ego y les bajan línea a periodistas militantes, la sociedad argentina es un mosaico de identidades. Cuando reacciona, no lo hace sólo ante palabras: la ofensiva lanzada en Davos ya se tradujo en un proyecto concreto de ley antiderechos.
Un país más grande que su presidente
La gente a la que gobierna Milei, y por cuyo bienestar debería velar, incluye a una minoría que comparte su visión de la vida, pero también, para señalar los términos de la ultraderecha vernácula y los suyos propios, a "zurdos hijos de putas", "kukas", "libertarados", "tibios", "feminazis" y "putos".
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Sobre todo después de lo visto en la calle, que puso en evidencia su claudicación moral y el pertinaz error de cálculo de sus estrategas, Milei debe decidir si pisa el freno o si, "acelerando en todas las curvas", avanza en una verdadera guerra contra la Argentina.
Si lo hiciera, se confirmaría como un presidente demasiado pequeño para un país tan grande.
Lo que las multitudes expresaron en las calles de todo el país marca una novedad en la protesta social. Ya no se trata de los piquetes desactivados, de los paros y movilizaciones de un sindicalismo que ha renunciado a representar a sus bases y ni siquiera de un sector amplio y transversal que defiende el carácter público de la educación universitaria. En todos esos casos, la pelea es por recursos. Lo de este sábado fue diferente: el conflicto reivindica valores.
El movimiento tendrá éxito o no más allá de sus méritos.
La Argentina abandonada
Es inocultable que la política, prácticamente toda ella, fue a la zaga del hervor de la gente de a pie. Así se observó por el carácter apenas individual las primeras y meritorias reacciones dirigenciales, lo tardías que resultaron las más importantes y el silencio cómplice de otros referentes que se desviven por las migajas que les pueda soltar La Libertad Avanza (LLA) en las listas de octubre. En síntesis: es virtuoso que un movimiento surja "desde abajo", pero las raíces suelen morir en política cuando no hay nadie que riegue la tierra desde arriba.
Esa dirigencia opositora, tantas veces abandónica y que sí está embretada por una grieta idiota, también recibió una lección de la calle. Según su misma convocatoria, la marcha reivindicó el "orgullo" y fue "federal", "antifascista" y "antirracista". En suma, fue plural. Sin embargo, no es claro que alguien vaya a recoger ese guante, poner a un costado inquinas que no se corresponden con lo que verdaderamente está en juego y hasta saber cuándo corresponde ponerse al frente o a un costado de un movimiento que ya existe, pero que aún no encuentra quien lo lidere.
Javier Milei y un proyecto de pies pequeños
Milei no es pequeño solamente en relación con la sociedad multicolor que debería gobernar, pero que, según sus palabras, parece odiar. El Presidente también es un sastre fallido que le confecciona un trajo chico al país en materia económica y social.
Todo es pequeño en él.
Su modelo económico, de un darwinismo presocial, promueve una estructura productiva primarizada y antiindustrial, insuficiente para generar oportunidades de empleo y progreso personal. Al revés, supone la existencia de costos salariales acotados –y de un consumo siempre limitado–, algo que queda expuesto a la luz del sol cada vez que Toto Caputo ordena ponerle no una sino las dos botas encima a paritarias que, se supone, deberían ser libres.
Su idea de mercado también es limitada, dada por una apertura importadora que, por ser más ideológica que inteligente y atada a objetivos, achica la oferta nacional y destruye tejido productivo. ¿Cómo entender, si no, la preferencia por un comercio libre con Estados Unidos y no con el Mercosur, dado que ese país produce –en condiciones mucho más favorables desde todo punto de vista– lo mismo que la Argentina y todavía mucho, mucho más?
Como reflejo de lo anterior, la sociedad, en su dimensión estructural, también es más grande que el proyecto paleolibertario. La clase media languidece –como desde hace mucho, pero ahora más rápidamente– y la pobreza subirá o bajará algunos puntos en función de lo que pase con la inflación, pero tenderá a estacionarse en niveles elevados. Cada vez más compatriotas quedan fuera de cualquier ecuación.
De espaldas a la Constitución
Milei es un presidente pequeño especialmente en relación con la hermosa, monumental Constitución que rige la vida democrática. De sus propias palabras surge que no cree en derechos como la educación y la vivienda, en los tratados internacionales consagrados por ella, en la noción internacionalmente prevaleciente sobre los derechos humanos, en el cuidado del medio ambiente que demanda ni en la justicia social que estipula el 14 bis.
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Su política exterior, otro campo de la batalla cultural, ha sido con Diana Mondino y sigue siendo con el canciller Gerardo Werthein una muestra de vocación por lo pequeño y por la negación de los principales temas globales. Su agenda le da a la Argentina un lugar injustamente marginal que no se modifica por las alabanzas que le destinan los foros de ultraderecha ni por el acompañamiento del gobierno extravagante que erosiona el suelo sobre el que están edificados los Estados Unidos. ¿Fenómeno barrial?
Al final, será la economía lo que defina la suerte del mileiato. Por un lado, esto es natural, pero, por el otro, es una pena que dicha variable resulte tan excluyente.
Ya la filosofía clásica enseñó que el ser humano se distingue por su carácter social y que la vida es un propósito que excede la mera reproducción biológica.
Hay que hacer a la Argentina grande otra vez. Pero grande en serio.