LA QUINTA PATA

El Bolsonaro argentino

Duhalde advirtió sobre la reaparición del militarismo en América Latina. Sobre el tufo a nueva derecha dura en Argentina trata esta columna del domingo 16.

Así como alguna vez se intentó un “peronismo sin Perón”, se advierte en la Argentina de hoy un ensayo análogo: el de un bolsonarismo sin Bolsonaro o, en todo caso, con uno propio. Aquello, se sabe, demostró los límites de las segundas marcas, pero esto último busca un derrotero diferente, que consiste en replicar el modelo ultraderechista brasileño en una sociedad que en los últimos años ha estado sometida a tendencias similares. Varios referentes, de Patricia Bullrich a Sergio Berni, pasando por Miguel Ángel Pichetto y hasta Mauricio Macri –siempre, claro, en su estilo de dandy despreocupado–, han lanzado en los últimos meses innumerables señales hacia un electorado que, presienten, existe y los espera. ¿Tendrán razón?

La lista no se agota en aquellos. También la integran grupos evangélicos y antiaborto que intentan darse una organización y hasta una breve constelación de intratables economistas libertarios que proponen convertir la ley de la selva en sentido común. Todos ellos, más algún otro, llenan algunos de los casilleros de la derecha hardcore regional, aunque no todos. ¿Quién será el Jair Bolsonaro argentino? ¿Hay acaso condiciones para que surja?

Jair Bolsonaro y Mauricio Macri.

En principio, elementos sobran. Arado por un progresismo que no sale de la edad del pavo y que, por caso, se resiste a trabajar la seguridad desde una perspectiva que asegure tanto el debido proceso como el derecho a vivir en paz, el campo puede ser fértil para la aparición de ese curioso populismo de derecha que habla en nombre de los pobres mientras aplica una doctrina confeccionada a medida por los sastres más caros.

La mano dura; el estiramiento del concepto de defensa propia hasta dar la vuelta a la esquina; la defensa acrítica de las fuerzas de seguridad y el lenguaje marcial; la promoción de la posesión de armas; las diatribas contra el garantismo que no son más que un desconocimiento de la Constitución Nacional; un republicanismo de teatro, como el que se verá, en buena medida, este lunes en las calles de Buenos Aires y otras ciudades; una posición anticientífica ante la pandemia; el rechazo a un comunismo tan vigente como la monarquía de derecho divino; la xenofobia y hasta conspiranoias guerrilleras vinculadas a pueblos originarios son los martillos que esa ultraderecha guarda en su caja de herramientas. Que nadie se ofenda: algunos referentes hacen eje en algunas de esas ideas, otros en otras. Lo que falta por ahora es totalización y, sobre todo, comprobar cuántos están dispuestos, del otro lado del mostrador, a bancar la parada en las urnas.

¿Es este un ejercicio de ciencia ficción? No más que el que se hizo realidad en Brasil. Miembro del “bajo clero” de la Cámara de Diputados desde 1990, nadie registró jamás a Bolsonaro, hasta la campaña de 2018, por ningún proyecto o aporte significativo. Bicho raro de esos que daban rating en la tele por sus gritos e ideas excéntricas (políticamente incorrectas, como se dice ahora), apareció con una intención de voto risible al comienzo de la carrera.

Los candidatos tradicionales se iban mancando, ya sea por las revelaciones selectivas y los abusos de la operación Lava Jato como por el descrédito de pertenecer a un establishment que prometió mil veces –e incumplió mil una– la promesa de hacer un país más próspero.

Mientras ciertos medios y un sector de la judicatura escandalizaban a la sociedad con el espectáculo 4K de la corrupción –sin pensar que estaban sentados y dándole calor al huevo de la serpiente–, su 6% de intención de voto se hizo 12, 18 y luego más de 20. Llegado ese punto, quedó sobre el ring como el único rival posible de la derecha para un Luiz Inácio Lula da Silva que, dada su inhabilitación, ya era más símbolo que candidato, para bien y para mal. Que conste: el improbable Bolsonaro no fue nada hasta que lo fue todo.

Si una “ley” existe en el pensamiento político, al menos desde el período de entreguerras del siglo XX, es que los procesos de empobrecimiento acelerado, sobre todo de sectores medios, suelen derivar en fenómenos de ultraderecha. La decadencia material y axiológica es el programa de los extremistas indignados del siglo XXI y casi una descripción viva de la Argentina reciente.

Salvo el interregno (con una buena dosis de viento de cola externo) de 2003 a 2011, hace mucho que el país camina cuesta abajo. Al estancamiento que siguió a ese año se sumó la caída de la economía de 2016, 2018 y 2019, el estallido cambiario y financiero, el hiperendeudamiento macrista y la pandemia de 2020, que convirtió la recesión en depresión… demasiado para una sociedad a la que se le acabaron los diques de contención y que hoy se siente a punto de ser tapada por el agua.

Evolución del PBI. Fuente: Banco Mundial.

La Argentina posterior a la emergencia sanitaria, que no da ninguna garantía, registrará indicadores sociales pavorosos, con una pobreza que probablemente supere el 50% y un desempleo que algunos economistas proyectan para fin de año por encima del 13%. Rebote habrá, claro, como cada vez que se estrena un nuevo piso, pero el estrago suele dejar umbrales de bienestar cada vez menores.

Las principales víctimas serán, como siempre, los pobres, pero, también, los sectores medios, especialmente, los compuestos por trabajadores por cuenta propia y monotributistas, a quienes el Estado encontró más difícil llevar ayuda en la pandemia.

La crisis sanitaria podría ser una incubadora de ideas de ultraderecha: mata a los más desprotegidos de covid-19 o de hambre y quienes les dan voz son los que no tienen la responsabilidad de lidiar con el desastre y hacen cálculos políticos a cuenta.

La inseguridad también mata a los vulnerables, que viven en zonas más duras y menos vigiladas por la fuerza pública. El delito, dicen los que saben, se hace más violento por reclutar a necesitados nuevos y sin experiencia. En tanto, la falta de Estado favorece la defensa por mano propia y hasta el linchamiento.

Vecinos de Isidro Casanova les dejaron una advertencia a eventuales ladrones a través de un pasacalle.

Los defensores de esas “soluciones” nunca se preguntan por lo que sigue: ¿con qué disposición saldrán, cada noche, los delincuentes que se preparan para las peores recepciones?

Los privilegios, la desconexión con la realidad y la desidia de sectores del Poder Judicial encienden más los resentimientos. Cada noticia de un reincidente liberado en la pandemia por razones humanitarias cae como una bomba en millares de familias.

Se equivoca de medio a medio quien vea a Bolsonaro, Donald Trump y los conservadores que fraguaron el brexit como meros representantes del poder económico. La base electoral del brasileño está mutando y depende cada vez más de los sectores populares y menos de la clase media lavajatista. El trumpismo, en tanto, es indescifrable si no se mira a los trabajadores afectados por la globalización y la deslocalización productiva. Por último, la salida del Reino Unido de la Unión Europea tiene mucho, si no todo, de reivindicación nacional y rechazo a la inmigración en el mismo contexto. No por nada China, que empuja como potencia emergente, es la nueva bestia negra de Trump. America first, ¿no es verdad?

La nueva ultraderecha no es un fenómeno monolítico sino una verdadera Hidra de Lerna. Sus cabezas son la soberanía –como respuesta a una globalización que afecta a segmentos de su base–, el orden, la seguridad, el punitivismo, el discurso de odio, el racismo, la oposición al feminismo y la “ideología de género” y el anticomunismo o, si no se consigue, al menos el repudio al populismo progresista.

Hércules se enfrenta a la Hidra de Lerna, según una vasija del siglo VI A.C.

Otras cabezas, sin embargo, no siempre le crecen, como la de la apología de la posesión privada de armas o la apología de una libertad individual tan extrema que deviene antisocial. En los países que han experimentado fuertes corrientes migratorias desde países musulmanes es islamófoba, rasgo que acaso haya diluido su prontuario antijudío.

¿Cuántos de todos esos rasgos se encuentran presentes en la cultura política argentina y en qué medida podrían incrementarse en vistas de un escenario social aun peor? Con una mano en el corazón: unos cuantos.

Calma: las leyes de la política apenas son probabilísticas y la condición de posibilidad excluyente de una aventura de este tipo es el fracaso total del actual gobierno. Factores similares estuvieron presentes en la debacle de 2001-2002, aunque, como se recuerda, la salida entonces fue a través de un populismo progresista.

Ahora que se habla tanto de vacunas, cabe preguntarse si la Argentina no cuenta con alguna forma de inmunidad ante la ultraderecha.

Por un lado, falta aquí el elemento militar, esencial en el bolsonarismo. La memoria de una dictadura que en la Argentina fue más truculenta, más inepta y más destructiva en lo económico es una explicación posible.

En segundo lugar, en lo económico, a la moda libertaria criolla le cuesta contener electoralmente a una clase media actual o pretérita, real o aspiracional, compuesta en buena medida por empobrecidos y trabajadores precarizados.

Encuesta de Analogías (2.900 casos en todo el país, IVR, margen de error de =/– 2%), elaborada entre el 24 y 25 de julio.

Estrechamente vinculado con lo anterior, hay que señalar la existencia en el país de una cultura política cruzada por el populismo, alguna vez radical y para siempre peronista, refractario a las ofertas darwinistas. Para aquellos sectores, el Estado ha sido más de una vez una tabla de salvación.

¿Será, entonces, que el peronismo, tan denostado por algunos, es un antídoto contra esa derecha extrema? Al incluirla como una de sus partes, el viejo movimiento actúa como un organismo que la ingiere, la digiere, la absorbe y, finalmente… bueno, eso ya se sabe.

El futuro puede generar escalofríos, pero lo único irreparable de la vida es el pasado.

Martín Llaryora, gobernador de Córdoba. 
valenzuela acompano a bullrich en un operativo de destruccion de armas

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