UN CLÁSICO RECICLADO

Smith y Keynes, dos muertos que no paran de nacer

Éramos pocos y la abuela parió otra grieta. Los paleolibertarios, una minoría intensa, con votos escasos –pero valiosos– y relato duro. La paradoja de Guzmán.

–La mano invisible de Adam Smith es invisible porque no existe.

 

–Nosotros conocemos muy bien a los economistas que cita el ministro Guzmán, pero más de la mitad de los premios Nobel los ganaron economistas de la Universidad de Chicago.

 

El cruce áspero que mantuvieron días atrás los ministros de Economía de Argentina y Brasil, Martín Guzmán y Paulo Guedes, relatado por Letra P, fue algo esperable por parte de dos especialistas enrolados en escuelas contrapuestas. Esto es así especialmente cuando la pandemia barre con viejas certezas y países que aplican recetas ortodoxas constatan que eso ya no solo no les alcanza para cerrar la ecuación social, sino ni siquiera las cuentas macro, algo que los desórdenes registrados en Colombia contra una reforma tributaria regresiva solo vienen a recordar. En tanto, mientras el Brasil ultraortodoxo de Guedes persiste en una receta que ha acabado con la clase media baja nacida en los años de Luiz Inácio Lula da Silva  y Sebastián Piñera se hunde en el descrédito en Chile, del otro lado, la Argentina que cree que el libre mercado son los padres tampoco termina de hallar el rumbo.

 

Tan confundida parece la política nacional que, en medio de una inédita crisis de identidad de la alianza gobernante, vive la paradoja de que el ala cristinista de la misma trata casi de ortodoxo al propio Guzmán.

 

El entredicho entre los funcionarios de Argentina y Brasil puede ser entendido también como reflejo palaciego de una tendencia curiosa que ha anidado en las pantallas de televisión, en las redes sociales y, en general, en el debate público en muchos países: el de ortodoxos y keynesianos o, más bien, el de ortodoxos contra keynesianos. Particularmente en la Argentina intratable. Así, nombres como los de Adam Smith o los de los referentes de la Escuela Austríaca aparecen en una curiosa disputa de héroes y villanos con John Maynard Keynes y sus seguidores, erigidos todos en muertos que no paran de nacer. Como si nos faltaran grietas…

 

Si bien es poco probable que semejante polémica cale en el pueblo de a pie, empeñado en esfuerzos más ponderables, como laburar, hay que reconocerle un potencial bien populista: el de dividir el mundo entre buenos y malos y el de colocar a los segundos en el lugar de parásitos que amenazan el bien común. Ahora bien, ¿puede realmente esa reyerta entre iniciados devenir en un cierto sentido común, capaz de darle forma al rumbo político del país? La pregunta es especialmente relevante cuando en Estados Unidos, epicentro del capitalismo liberal, el presidente Joe Biden busca darle una vuelta de tuerca completa a una concepción que ha reinado desde los años 1980, cuando Ronald Reagan impuso su "revolución conservadora".

 

La novedad es tan grande que mereció un hilo largo de Twitter de Cristina Kirchner.

 

El economista libertario Javier Milei probablemente sea el animador más colorido de esa reyerta, con un estilo que no se sabe si es el de un transgresor simpático, el de un freak, el de alguien extravagante o directamente el de un hombre peligroso. Convertido ya en figura de culto para cierto sector de la juventud que hasta lleva con orgullo su imagen en remeras como si fuera el Che Guevara –cada generación tiene los héroes que puede…–, forma parte del armado de técnicos que pretende dar pelea en las próximas elecciones legislativas.

 

El economista de pelo indescifrable habla de su métier, pero no deja de dirigirse a una audiencia general. Hasta ahora, ha logrado cierto impacto en base a la violencia verbal, como cuando trató de "burra" a una buena periodista salteña en una conferencia de prensa mientras insistía en que "Keynes era partidario de un régimen totalitario". También, cuando tildó de "inútil" y "pelotudo" a Guzmán y a Matías Kulfas, respectivamente, y a los keynesianos en general, de "pedazos de mierda". "Mi misión es cagar a patadas en el culo a keynesianos y colectivistas hijos de puta", manifestó en otra ocasión. ¿Para qué fatigar con más desvaríos? La idea está.

 

Milei es alguien técnicamente solvente –según quienes lo conocen fuera del personaje–, pero derrapa en un exceso de audacia cada vez que trata de imbécil a Keynes, el hombre que elaboró el corpus que salvó del colapso al capitalismo posterior a la crisis de 1929… Él… A Keynes…

 

Como informó Letra P, el proyecto libertario, nucleado en el frente Vamos –realmente convendría preguntar a dónde–, cruje hoy por un viejo aporte de campaña que recibió José Luis Espert del empresario Federico "Fred" Machado, quien ha sido acusado en Estados Unidos de narcotráfico y lavado de dinero. El escándalo no aporta a sus chances en las urnas, precisamente.

 

Sin embargo, el frente es seguido con cierto interés tanto por el Gobierno como por el principal grupo de la oposición porque, en un eventual escenario apretado en las próximas legislativas, su cosecha, que las encuestas ubican en no más de 4 o 5 por ciento en la Ciudad de Buenos Aires y algún otro distrito grande, podría hacer la diferencia entre una victoria o una derrota en la puja que tendrá como contendientes de fondo al Frente de Todos y a Juntos por el Cambio. Es más, alguna vieja lucubración oficialista sobre la conveniencia de suspender las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO) apuntaba justamente a sacarle al electorado de derecha dura esa referencia como virtual primera vuelta e impedir, de ese modo, que decantara en voto útil macrista en la elección abierta.

 

La pequeñez electoral –aunque, acaso, no irrelevancia– del sector no impide que sus ideas de libre mercado crudo cundan en los medios de comunicación mainstream, que dan a sus referentes –en su mayoría, mucho más civilizados que Milei, hay que reconocerlo– un espacio desproporcionado en relación con lo que representan en la sociedad.

 

En el relato libertario –o paleolibertario, en rigor, dado su carácter de encuentro entre el anarcocapitalismo y el pensamiento conservador–, la causa del fracaso de la Argentina es el estatismo y el intervencionismo, algo que el kirchnerismo –sin matices albertistas– solo perpetúa. En esa narrativa, el macrismo es solo "kirchnerismo amarillo" o "de buenos modales", pero tan culpable como aquel del fracaso nacional. Esa es la razón por la que sus impulsores no entran en razones cuando gente del palo les pide que no dividan a la oposición y los acusa de ser funcionales al peronismo, algo que ha provocado la ruptura de algunas viejas amistades.

 

No es que no les falten contradicciones; todo lo contrario. El aborto legal divide aguas en ese mundo confuso, lo que revela hasta qué punto lo liberal se funde con lo paleo, un proceso seguido en detalle en el interesante libro ¿La rebeldía se volvió de derecha?, del periodista e historiador Pablo Stefanoni. Sin embargo, sus animadores coinciden en detener la prédica antiestatista cuando se trata de defender a las fuerzas policiales. Todavía está fresca la imagen de Espert acudiendo, en señal de apoyo, a la manifestación de los policías bonaerenses que se habían amotinado en actitud cuasigolpista contra la administración de Axel Kicillof. Nadie come vidrio y todos saben cómo cierran sus modelos.

 

En un sentido, lo que tienen enfrente muchas veces les facilita el debate, sobre todo ciertas posturas que son plus quam keynesianas y estiran hasta la náusea la idea del gasto público como un factor virtuoso. Estos, para desesperación de Guzmán y otros neokeynesianos en serio, no entienden que fabricar dinero no es descubrir la panacea y que la demanda estatal deviene inflación corrosiva en contextos en los que la economía ya no está en situación de subutilización de los factores productivos.

 

Para quienes todavía se sienten jóvenes, pero ya no lo son tanto, aquel discurso es un hit tan ochentoso como los de Whitney Houston. Recordarán el modo en que, hacia fines del gobierno de Raúl Alfonsín, el programa de Bernardo –apoyado por las empresas a las que les interesaba el país– comenzaba a formatear el sentido común en una dirección que llevaría a la política nacional, sin demasiada dificultad, a las orillas del menemismo. Definitivamente, no es este un Tiempo Nuevo.

 

La tercera década del siglo XXI se diferencia en muchos aspectos de aquella época que, no se sabe bien por qué, sigue generando una nostalgia dulce a quienes la vivieron. Para empezar, las redes sociales multiplican voces –para bien y para mal– y quitan influencia a emprendimientos periodísticos como los mencionados.

 

Entonces, era la UCeDé el pequeño partido liberal que fue entronizado por la TV como dueño de la verdad en materia económica. Su rol histórico fue aportar sus cuadros y sus ideas, sobre todo en el proceso privatizador, a un menemismo que buscaba programa.

 

Hoy es la presidenta del PRO, Patricia Bullrich –una exmenemista, entre otras cosas, la misma que un día es malvinera y al siguiente se despierta con ganas de regalarle las islas a Pfizer–, quien busca su lugar en el mundo, algo que cultiva tratando con guante de seda a los paleolibertarios sin reparar en el desdén que estos –consecuentes amantes de la competencia– tantas veces le dedican.

 

Patricia Bullrich y Javier Milei, en una reciente manifestación opositora.

 

Miembro destacado del reality show llamado "Yo quiero ser Bolsonaro, ¿y usted?", la exministra de Seguridad endulza los oídos del sector de la sociedad más recalcitrantemente de derecha, esmerila a un Horacio Rodríguez Larreta que hasta sus extravíos recientes abrevaba en una cierta moderación, se muestra amable con los paleo para evitar fugas más allá de la pared y aguarda que la crisis se lleve puestas las pocas certezas que quedan.

 

 

Es un momento para no perder la atención: la historia se escribe muchas veces sobre papel reciclado.

 

Martín Llaryora, gobernador de Córdoba. 
valenzuela acompano a bullrich en un operativo de destruccion de armas

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