LA DEUDA

Entre la espada de Biden y la pared de Todos, Cafiero juega fuerte en EE.UU.

Golpea la puerta de los funcionarios más amigables para la negociación con el Fondo. ¿Tiene margen para conceder en torno a Venezuela, Nicaragua y Cuba?

Mientras Martín Guzmán, responsable de la negociación técnica con el Fondo Monetario Internacional (FMI), colecciona una indescifrable seguidilla de pasos adelante y retrocesos, el canciller Santiago Cafiero ensayará esta tarde otro tipo de intento para destrabar esa cuestión crucial. A las 15 de la Argentina se entrevistará con el secretario de Estado Antony Blinken para repasar los temas centrales de la agenda bilateral, la que tiene al tope, según la mirada del Gobierno, justamente las condiciones para refinanciar los 44.000 millones de dólares tomados en deuda por Mauricio Macri en 2018. El funcionario, de extrema confianza de Alberto Fernández, pondrá sobre la mesa los lugares que la diplomacia nacional supo ganar en organismos de interés para Estados Unidos, pero la posibilidad de influir en ellos en consonancia con la visión de la Casa Blanca enfrentaría al Gobierno a otra negociación difícil: la que se entabla todos los días en Buenos Aires entre el Presidente y el sector que responde a la vice, Cristina Kirchner.

 

Posible gracias a la intervención del embajador argentino en Washington y jefe de los representantes ante organismos multilaterales con sede en esa ciudad, Jorge Argüello, la reunión, según destacan en el Gobierno, es una de las pocas in person que concede Blinken.

 

 

Como anticipó Letra P, el Gobierno considera que la administración de Joe Biden tiene dos ventanillas en lo que concierne a la Argentina: una dura, casi hostil, que anida en el Departamento del Tesoro, encabezado por Janet Yellen, y donde trabaja como asesor top David Lipton, ejecutor en 2018, como número dos del Fondo, de la orden de Donald Trump de que se le diera al macrismo el mayor crédito de la historia, pese a que no existían detrás de ello fundamentos técnicos sino apenas de interés político. Enfrente, ubica a un ala política más flexible, en la que militan el asistente especial del presidente y director del Consejo Nacional de Seguridad para el Hemisferio Occidental, Juan González, y el propio Blinken.

 

Para abrir esa segunda puerta, Cafiero presentará a la Argentina como uno de los socios más confiables e influyentes que Estados Unidos podría encontrar en América Latina.

 

La diplomacia del Frente de Todos ha sabido construir en los dos primeros años de gestión una posición sólida en lo que respecta a la influencia en organismos internacionales clave para la Casa Blanca.

 

La no proliferación nuclear –con Irán, más que nunca, en la mira–, la herramienta de la defensa selectiva de los derechos humanos para lidiar con regímenes hostiles y el hallazgo de puentes con una América Latina que no termina de controlar son asuntos muy relevantes en la agenda exterior de los Estados Unidos. Al respecto, Cafiero llega a la bilateral con las cartas de la presencia del diplomático argentino argentino Rafael Grossi como director general del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), dependiente de la ONU. Asimismo, el embajador Federico Villegas Beltrán presidirá este año el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas y, el propio Fernández, la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC).

 

Otro tema de fuerte interés de Biden es la lucha contra el cambio climático, algo para lo que sabe que cuenta, al revés de lo que le ocurre con Jair Bolsonaro, con el apoyo de Fernández. 

 

La construcción de poder e influencia en los organismos internacionales ha sido eficaz, pero cabe preguntarse qué podría ofrecerle Cafiero a Blinken sin comprometer la paz del Frente de Todos.

 

Ese interrogante lleva a otro: ¿cuán compatibles son las visiones de Washington y Buenos Aires en asuntos regionales sensibles como Venezuela, Nicaragua y Cuba?

 

En principio, muy poco. Los gestos recientes de la administración Biden en torno a todos ellos marcan un contraste más de estilo que de fondo con la de Trump. Esto último facilita el diálogo, pero no allana el camino.

 

Acerca de Venezuela, si bien respalda la Casa Blanca los intentos de negociación para una solución política de la crisis, lo hace desde lejos y sin comprometerse. De ese modo, sigue apostando en lo formal a la línea dura, aunque esta no haya dado por años los resultados esperados. En ese doble juego, a principios de año llamó a Nicolás Maduro a comprometerse nuevamente con las suspendidas negociaciones que se han realizado en México, pero también ratificó su reconocimiento de Juan Guaidó como presidente interino.

 

En lo que respecta a Nicaragua, no solo expresó un repudio abierto a las elecciones que dieron un cuarto mandato consecutivo a Daniel Ortega sino que recibió su reasunción formal del mando con una nueva y potente salva de sanciones económicas.

 

Sobre Cuba, el deshielo que impuso en la relación Barack Obama en el tramo final de su gestión, queda, por el momento, en el mismo lugar en el que lo dejó Trump: revertido.

 

Como se sabe, los precarios equilibrios internos del Frente de Todos hacen primar en todos esos casos uno de los dos pilares que Fernández –primero con Felipe Solá y ahora con Cafiero– eligió para su política exterior: el principio de no injerencia por encima del respeto de los derechos humanos. Así, ha mantenido en la ONU posturas críticas hacia ambos regímenes que no repitió en la OEA, donde manda el tan criticado Luis Almagro. Además, cuestionó, pero se cuidó de desconocer los últimos comicios nicaragüenses y mantiene una política amistosa con Cuba.

 

¿Qué margen encontrará Cafiero para convencer a Blinken de que Argentina puede ser, a cambio de un apoyo decisivo en la negociación con el Fondo, un socio eficaz de Estados Unidos en esos temas delicados? ¿Resistiría ese intento la relación de los dos Fernández?

 

Javier Milei junto a la generala estadounidense Laura Richardson.
Roberto Feletti

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