ELECCIONES 2022

Brasil y el día de los “peros”

Lula ganó, pero no pudo evitar el ballotage. Bolsonaro perdió, pero sale fortalecido por la remontada. De qué están hechos los ocho puntos que se disputan.

Luiz Inácio Lula da Silva ganó la elección presidencial en Brasil, pero no consiguió evitarse el trámite incierto de competir en un segundo turno con Jair Bolsonaro  el domingo 30. Dado lo cerca que quedó de obtener la mitad más uno de los votos, encara con cierto favoritismo  –aunque sin garantías– la segunda parte de la campaña, pero el que se siente fortalecido es su rival de ultraderecha, que logró el estado de ánimo de los equipos de fútbol que corren de atrás todo el partido y logran empatarlo sobre el final. Las encuestas acertaron el porcentaje de Lula, ya que el 48 y pico por ciento que sacó se enmarca dentro del margen de error del 50 o 51% que le adjudicaban en la previa, pero fracasaron estrepitosamente en prever la enorme polarización de último momento, que subió en al menos seis puntos porcentuales la cosecha del presidente en ejercicio. El de este domingo fue el día de los “peros” en Brasil.

 

La grieta, a full

El escrutinio delineó un escenario de extrema polarización, en el que los dos candidatos principales se quedaron con más del 90% de los sufragios, devorándose a los y las postulantes menores y probando, una vez más, que en esta era y por lo menos a nivel regional, las avenidas del medio no son anchas ni angostas, sino que no existen.

 

En efecto, la primera vuelta fue la más reñida desde 1989 y su desenlace en el ballotage es incierto. Lo poco que quedó de las terceras fuerzas más alguna movilización mayor del electorado son las claves de lo que puede ocurrir el 30-O. Por lo pronto, Lula quedó muy cerca de la mayoría y para ganar, Bolsonaro debería descontarle más de cinco puntos, lo que equivale a llevarse casi todas las fichas que quedaron sobre la mesa. A priori, el líder del Partido de los Trabajadores y su amplísima alianza –que va de la izquierda a la derecha democrática– parte con una leve ventaja.

 

Las terceras fuerzas de cierta entidad para lo que viene son el conservador Movimiento Democrático Brasileño (MDB), de Simone Tebet, quien se hizo con algo más del 4%, y el Partido Democrático Laborista (PDT) de Ciro Gomes, quien se derritió respecto de los sondeos previos y finalizó con el 3%. Con que el voto del segundo se incline por Lula, algo que –se supone– debería ser lo natural por perfil ideológico, el pleito podría quedar liquidado. ¿Pero, eso es seguro? No necesariamente.

 

Ciro fue ministro en el primer mandato del petista, de quien luego se distanció, a quien fustigó duramente por la corrupción y a quien llamó “fascista de izquierda” hace poco. Los “votos útiles” del laborismo que pueden confluir en Lula ya migraron en buena medida. ¿Los que quedan pueden darse por descontados? No necesariamente y la abstención podría ser una tentación para una parte de ese pequeño, pero relevante electorado.

 

Asimismo, el perfil conservador de Tebet debería ser, en principio, un vivero para el bolsonarismo, pero la candidata se destacó en la campaña por su tono moderado. Tebet prometió anunciar por quién votará; Ciro es un enigma. Nada está definido.

 

Yo no quiero vestirme de rojo

Sus delirios en la pandemia, su rechazo a las medidas de distanciamiento, su negacionismo del Covid, su crítica a las vacunas, su homofobia, su machismo, su vocación por armar a la población, su aliento al gatillo fácil, su decisión de politizar las Fuerzas Armadas y policiales, su entorno sospechado de corrupción y paramilitarismo, sus denuncias infundadas de fraude y sus amenazas de desconocimiento del resultado y hasta de violencia hacen de Bolsonaro un fenómeno de laboratorio. Sin embargo, logró convencer a casi medio Brasil de que es un factor benéfico o, al menos, un mal menor frente a Lula.

 

El rechazo al “comunismo” y, sobre todo, a la corrupción con la que se vincula al PT hicieron el resto. Es fácil y tentador despreciar el voto de los rivales, pero esa tendencia se encuentra a ambos lados de la grieta. Para los lulistas convencidos, los y las votantes de Bolsonaro no le hacen asco a un “fascista”; para los simpatizantes del segundo, quienes optaron por Lula son cómplices de la corrupción.

 

En tanto, el resultado mucho más apretado que el pronosticado –la encuestadora más importante, Datafolha, había arrojado en su último trabajo una ventaja de 14 puntos para Lula– reforzó el relato de Bolsonaro de la conspiración cósmica en su contra: también los estudios demoscópicos, dijo anoche, jugaron a favor de su rival.

 

Cuando las encuestas presagiaban el reflujo fatal de la ultraderecha brasileña, vértice clave de la sinapsis regional, esta se muestra mucho más resiliente y vigente que lo esperado.

 

Lo que viene será encarnizado y quienes puedan pensar en “pudrirla” en caso de que Lula gane la segunda vuelta podrían encontrar una mayor motivación.

 

Leyendo la división

La grieta está explicitada en sus términos y guarda entre sus pliegues una verdad importante para el futuro: Brasil –como Argentina, Colombia, Chile y tantos otros– será un país cada vez más difícil de gobernar. Todo es blanco o negro, democracia o golpismo, corrupción o transparencia… La política se ha puesto definitivamente agónica.

 

Que medio Brasil detesta a Bolsonaro es, visto desde la Argentina, más claro que el rechazo que también concita Lula. Su techo electoral, se vio, es más elevado que, por caso, el de Cristina Fernández de Kirchner y hasta le podría permitir el regreso al poder. Sin embargo, eso también existe para él y su mochila política es pesada.

 

Lula no fue exculpado de los cargos de corrupción, como suele decir. El Supremo Tribunal Federal (STF) solo anuló las sentencias y juicios en su contra por violaciones del debido proceso, que efectivamente existieron. Lula no es culpable, pero tampoco es necesariamente inocente y debajo de sus ojos pasaron escándalos masivos y estructurales como el mensalão y el petrolão, lo que lo convierte, al menos, en políticamente responsable de lo ocurrido. Durante el último debate de la campaña, en TV Globo, el candidato del Partido Novo, Felipe D’Avila, le preguntó: “En caso de volver a gobernar, ¿usted lo hará como un corrupto o como un incapaz de darse cuenta de la corrupción que lo rodea?”. El punto es que medio Brasil piensa lo mismo. Ah… Sergio Moro salió electo senador por Paraná.

 

El futuro según Lula

El izquierdista ha criticado a Alberto Fernández en una reunión privada por hacer cedido al Fondo Monetario Internacional (FMI) y le achacó falta de decisión para enfrentarse a los poderes fácticos. Habló, casi casi, como lo haría Cristina. Sin embargo, si vence el 30 y consuma su resurrección política, acaso descubra que el oficio de gobernar se ha puesto bastante más difícil que en los viejos buenos tiempos del trío que componía con Néstor Kirchner y Hugo Chávez.

 

Lula, como dijimos, carga con la mochila de la corrupción, lo que haría que cualquier sospecha en ese sentido en una eventual administración tuviera un peso enormemente condicionante. Asimismo, la alianza que lo acompaña llega a los confines de la derecha democrática y su “número dos”, el conservador Geraldo Alckmin, fue enviado a cortejar el voto evangélico prometiendo nunca legalizar el aborto.

 

Esa limitación ideológica también podría jugar en lo económico, más allá de que la promesa lulista de eliminar el techo del gasto público impuesto por Michel Temer tras la conspiración que derribó a Dilma Rousseff, podría resultarle cómoda al establishment político. Sin embargo, el contexto internacional es mucho más hostil que el de 2003-2010, cuando los precios de las materias primas volaban y el dinero se conseguía barato en los mercados. La pospandemia y la guerra en Ucrania encuentran a Brasil con una inflación que hace poco superaba el 12%, que ahora se ha moderado hasta un todavía muy alto 8,5% –a costa de supertasas de interés–, y con una perspectiva de crecimiento débil para los próximos años. Ni Lula ni nadie tiene la fórmula de la felicidad de los pueblos y el “hambre cero” puede resultar hoy más difícil de lograr por mucho empeño que se ponga.

 

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