JUNTOS EN EL BARRO

La neurosis de la grieta

Facundo Manes, uno de los referentes radicales que amagan con anotarse en la carrera presidencial, pateó un cable pelado en Juntos por el Cambio (JxC). Mejor dicho, pateó "el" cable, al despacharse en LN+ contra Mauricio Macri, así como contra Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich, a quienes minimizó como meros satélites. El expresidente, dijo, impuso durante su mandato un "populismo institucional", manipuló el Poder Judicial con operadores, fue responsable de la traviesa conducta de algunos espías –incluso en detrimento de aliados y aliadas– y, el horror total, comparte con Cristina Fernández de Kirchner el liderazgo de "minorías intensas" que "no nos permiten pensar un país". Luis Majul lo miraba más sorprendido que a Alfredo Casero.

 

Lo cruzó el PRO en tropel, pero también, aunque con delay, el Comité Nacional de la UCR, comandado por el también presidenciable Gerardo Morales, y Evolución  la agrupación rebelde way que lidera Martín Lousteau, que acaba de salir de gira de cerebros con el neurólgo. Lo bancó el radicalismo bonaerense, la estructura sobre la que se construye la candidatura del médico. El peronista republicano Miguel Ángel Pichetto salió en defensa de su jefe y Fernando Iglesias sentenció que "el único objetivo posible de una declaración como esa es romper la oposición".

 

El ruido que Manes provocó en JxC es uno de los niveles de análisis. Otro, más "radical", sería preguntarse qué hace a esta altura la UCR en una alianza que, si algo evoca en su narrativa, es el rescate de lo republicano. Si no hay republicanismo, tal como surge de su denuncia, ¿qué queda?

 

El destino de la UCR

En el fondo, lo que Manes cuestiona –no es nuevo en él– es el hecho de que la grieta puede ser útil para ganar una elección, pero no lo es para gobernar la Argentina.

 

Durante su gobierno, Macri decía que la entonces llamada Cambiemos era una alianza electoral y legislativa, no una de gobierno. Eso dejaba al radicalismo como mero donante de gobernabilidad, sin injerencia alguna en las decisiones. El hundimiento de ese proyecto a partir de abril de 2018 actualizó el debate en el partido de Alem, que se propone dar pelea por el liderazgo de la coalición el año próximo. Si hay que creerles a las encuestas –hoy empieza el Día del Perdón y no da para cuestionar asuntos de fe–, ningún radical podría hacerle sombra a Larreta o a Bullrich en unas PASO presidenciales. Así las cosas, ¿aceptaría la UCR volver a ser un furgón de cola acrítico del partido amarillo? Más aun: ¿aceptaría seguir compartiendo rumbo en caso de que la vencedora de esa puja fuera la experonista revolucionaria, decidida, como parece, a acercarse a la derecha libertaria?

 

Los dichos de Manes acaso no sean una casualidad por llegar poco después de que Macri –cual gran elector– le marcara la cancha al jefe de Gobierno porteño al afirmar que, “si uno garantiza el cambio y el otro no, yo voy a jugar". ¿Tendrá, al menos una vez, razón Iglesias?

 

En el otro rincón…

Por otro lado, el Frente de Todos es una alianza electoral, legislativa... y no se sabe qué más. Alberto Fernández ensayó el camino hacia la mayoría de edad, pero los dictados del FMI, el desmadre inflacionario, sus propios errores y, por encima de todo, los dardos de la vice, terminaron por minimizarlo. Hoy, esa necesidad llamada Sergio Massa marca el rumbo económico del Gobierno, pero Cristina ya le sacó tarjeta amarilla al reclamarle mayor rigor para con los formadores de precios de los alimentos. El ministro de Economía no deja de exhibir su perfil, el de un productivista que no tiene reparos en darle al sector agrícola un tipo de cambio preferencial ni en llenar a la Argentina de incentivos, como hizo este lunes con el complejo tecnológico, de modo que exporte por 10.000 millones de dólares tan pronto como el año próximo. Sin embargo, toma nota de las exigencias de la vice y apura la agenda social mientras la segmentación tarifaria en el servicio de luz se cocina a fuego más lento que el esperado debido a presiones del cristinismo.

 

La grieta, que de algún modo ordena el mapa político nacional, es un traje demasiado apretado tanto para Juntos como para Todos, cruzadas como están las dos alianzas por profundas diferencias programáticas.

 

Centro recargado

La vicepresidenta, como todos y todas, miró con atención la elección brasileña del último domingo. Lo que emergió de las urnas fue un país dividido casi por mitades, en el que el experimento del retorno triunfal de Luiz Inácio Lula da Silva deberá esperar al ballotage del domingo 30… si el destino no se tuerce demasiado.

 

Dados los números del primer turno, las posibilidades de que el líder del Partido de los Trabajadores finalmente se imponga son concretas y tal vez lo desmesurado haya sido pretender que ganara sin necesidad de acudir a ese trámite riesgoso, algo que solo logró una vez Fernando Henrique Cardoso.

 

Si Lula tiene un leve favoritismo para el 30-O, ¿cómo se explica que la Bolsa de San Pablo haya subido este lunes 5,54% y que el dólar se haya desplomado 4,2%? Simple: la derecha tendrá, si no mayoría, un poder decisivo en el próximo Congreso y fue muy fuerte en los comicios estaduales más relevantes, a la vez que el izquierdista debe apurar los contactos con los candidatos que quedaron rezagados el domingo, pero cuyo respaldo pasa a valer oro: la centroderechista Simone Tebet y el laborista Ciro Gomes. La lectura del mundo de las finanzas es que Lula deberá correrse al centro todavía más de lo que ya ha hecho, que su idea de eliminar el tope del gasto público por ley puede complicarse en la vida real y que las privatizaciones que planteó el bolsonarismo pueden sobrevivir en los estados que ese sector pase a gobernar, como Río de Janeiro y Minas Gerais.

 

Si un triunfo arrasador de Lula habría desatado la imaginación del cristinismo de paladar negro, la frustración de ese deseo suma ahora al futuro probable un Lula más y más moderado.

 

Recogiendo el barrilete

Ahora, todo lo dicho junto. En Argentina, en Brasil y más allá, la grieta ordena la política y sirve para plantear escenarios electorales, pero chinga por todos lados cuando se trata de gobernar. En el país vecino, la propia lógica del ballotage arrastra a los candidatos al centro, mientras que en las alianzas nacionales hacen lo propio, respectivamente, el radicalismo y el peronismo no K. La derecha dura, a lo Bullrich o, más aun, Javier Milei, emerge aquí como un actor que pretende replantear el conflicto binario en términos más tajantes –a lo Jair Bolsonaro–, pero, si de gobernabilidad se trata, su propuesta genera dudas enormes.

 

Juan Carlos Romero, autor de la resolución del Senado para aumentar las dietas. 
milei: el que fuga dolares es un heroe

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