CUMBRE DE LAS AMÉRICAS

"No me callo más": con golpes en la mesa, Fernández escala un plan de doble filo

El Presidente criticó el bloqueo a Cuba y Venezuela en la previa de la cita que excluirá al eje chavista. Costos y beneficios del viaje a Los Ángeles.

Luego de iniciar un proceso para robustecer su figura interna en plena disputa con el kirchnerismo, el presidente Alberto Fernández parece dispuesto a emprender el mismo camino en el continente a medida que se acerca la XI Cumbre de las Américas, que se realizará entre el 6 y el 10 de junio en Los Ángeles, Estados Unidos. Ante la exclusión confirmada de Cuba, Nicaragua y Venezuela, decidida unilateralmente por la Casa Blanca, el mandatario denunció el bloqueo económico que pesa sobre La Habana y Caracas y anticipó: “No me callo más”. 

 

En el marco de la III reunión de Ministros de Educación de América Latina, denunció que hace “seis décadas” Cuba está “bloqueada económicamente”, por lo que la isla “sobrevive como puede”. “Hace cinco años un país está bloqueado por una disputa política", agregó en referencia a Venezuela. “¿Cuánto tiempo más vamos a ser cómplices con nuestro silencio?, se preguntó y completó: “No me callo más y sería maravilloso que se sumaran a mi voz los países que hoy sufren esa realidad".

 

A pocos días de la cita, donde se espera que el presidente norteamericano, Joe Biden, exponga su política regional, se le acaba el tiempo a Fernández para confirmar su participación, lo que será toda una señal para América Latina. A raíz de la exclusión del eje bolivariano, el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), y el de Bolivia, Luis Arce Catacora, y la jefa de Estado de Honduras, Xiomara Castro, anunciaron que no viajarán a California como muestra de repudio a la expulsión de aquellos países. ¿Qué hará Alberto Fernández? Hasta el momento, el oficialismo adelanta que viajará, pero no es una decisión confirmada ante el resquemor que puede generar en países aliados sobre los cuales busca erigirse como un potencial representante continental y que votaron a favor de su presidencia al frente de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC). “Hay tiempo para definir”, le dijo una fuente diplomática a Letra P.

 

Al mismo tiempo que el Presidente hablaba en Buenos Aires, el canciller Santiago Cafiero se reunía con su par de México, Marcelo Ebrard, una de las voces principales del coro que demanda la participación plena del continente. A pesar de la distancia, el mensaje fue el mismo: “Nuestro país viene planteando la necesidad de que sea una Cumbre sin exclusiones y de que todas las voces sean escuchadas”, expresó Cafiero. El problema es que ya hay “exclusiones” confirmadas. Horas antes, el coordinador de la Cumbre, Kevin O´Reilly, había asegurado ante el Senado norteamericano que el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, no será invitado porque no es reconocido como un “gobierno soberano”. “Rotundamente, no”, aseguró. 

 

Con este escenario, el Gobierno parece acercarse a una decisión salomónica que implique una participación crítica sin "callarse" ni dejar de denunciar la exclusión arbitraria de los países. El problema de tomar la ancha avenida del medio es que corre el riesgo de generar descontento en ambas posiciones. Por un lado, en Washington ante una posible crítica a la administración demócrata en su propio territorio; por el otro, en el sur del Río Bravo ante lo que significaría darles la espalda a países aliados para ocupar un asiento en un espacio que va a ser visto con desdén y que no va a conseguir importantes avances porque no estarán todos los países representados y porque, además, se acerca a ser más una nueva herida en un continente maltrecho que un punto de encuentro desde el cual desarrollarse de forma conjunta en un mundo que todavía no sale de una pandemia y sufre una nueva guerra.

 

Fernández no es el único mandatario que enfrenta retos. El propio Biden observa con detenimiento lo que ocurrirá en Los Ángeles ante el fracaso que puede implicar una Cumbre boicoteada. Hasta el momento, el único mandatario de los países fuertes que confirmó su viaje es el brasilero Jair Bolsonaro, con quien está enfrentado y con el que mantiene muchas diferencias políticas. Es decir, el encuentro donde Biden espera plasmar su política continental a medida que las disputas con China y Rusia crecen por las relaciones políticas y económicas de los diferentes países puede reducirse a una foto con Bolsonaro, un mandatario que sostiene que, en 2020, el demócrata venció a Donald Trump con fraude.

 

Gracias al poder norteamericano, Biden puede sobrellevar una foto con Bolsonaro, pero a Fernández le costaría más. ¿Aceptará tácitamente la exclusión bolivariana y viajará a un país que también viola los derechos humanos para compartir un foro con el ultraderechista de Río de Janeiro en plena campaña electoral brasileña, en la cual, además, su amigo Lula da Silva busca volver al poder?  

 

Los costos de un viaje pueden ser altos, pero en la Casa Rosada también encuentran motivos para dar el presente. Desde la óptica norteamericana, su participación podría mostrar a un Alberto Fernández de centroizquierda que no deja de ser crítico con las líneas rojas que traza Washington en la región y a un presidente con el que se puede negociar a pesar de las diferencias políticas y que tiene, además, vínculos con la izquierda más dura y más intransigente con el país del Norte. Este es un punto que -hasta acá- se destacó de la Argentina del Frente de Todos (FdT), pero que, en momentos de definiciones -una votación en la Organización de las Naciones Unidas (ONU) o un Cumbre de las Américas-, apremia desde los polos que exigen un posicionamiento claro y constante sobre el cual Fernández suele escapar por el medio y que, en definitiva, genera descontento en ambos sectores.

 

La decisión argentina generará molestias también en el interior del FdT a partir de los vínculos del kirchnerismo con los países excluidos, aunque la fractura de la coalición peronista ya parece imposible de revertir.

 

En la previa, la Cumbre mostrará pocos cambios en la región, pero puede marcar un punto de inflexión en la política exterior de Alberto Fernández, que deberá definir hablar e incomodar o no hablar y escapar por la tangente del medio, nuevamente.

 

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