OPINIÓN

Mario Firmenich: cara de amianto

El autor analiza el impacto de la aparición en escena del líder montonero, que "enciende la memoria dolorida de sus contemporáneos", señala.

La aparición de Mario Firmenich para expresar su solidaridad con la marcha de los jubilados enciende, como una explosión de pólvora, la memoria dolorida de sus contemporáneos. Es probable que las y los jóvenes tengan poca noticia de él, máxime cuando por estos días se presenta al público sin más antecedentes y jinetas que ser hincha de Racing.

Este tipejo lideró en los años 70 a la guerrilla más numerosa de América Latina, Montoneros, fundada con el operativo publicitario del secuestro y muerte de otro canalla, el expresidente de facto Pedro Eugenio Aramburu.

El final de la película es conocido. En 1976 se abre el telón ya teñido con la sangre militante y se produce el reemplazo definitivo de la utopía de la toma del poder a través de las armas por la noche más oscura y trágica que registre la historia argentina.

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Firmenich no es Videla. Este último fue el máximo responsable de la matanza, secuestro y violación de miles de jóvenes. Su figura representa el terrorismo de Estado encarnado. No fue el único, claro. Los asesinos fueron muchos más. Imaginar ahora a cualquiera de ellos en la defensa pública del accionar de las fuerzas policiales durante la protesta de los jubilados, como la que hizo este viernes Javier Milei para respaldar a Patricia Bullrich, produce nauseas. Tan solo imaginarlos.

Imagine lector a Jorge Rafael Videla con la camiseta de Ríver -club del que fuera socio honorario hasta que nuevos afiliados honrosamente lo eyectaron-, en un video, hablando de la conveniencia de los gases y palos en las manifestaciones urbanas. Parece imposible. Sin embargo, Firmenich anda por ahí, haciendo algo de eso.

Firmenich no es Videla. El rechazo a la Teoría de los dos demonios, que intentó equiparar las responsabilidades de la guerrilla y el Estado en los estragos de los 70, nos enseñó que no hubo dos demonios, pero eso no torna menos satánica la figura de Firmenich tras el repaso de aquellos años.

Como responsable máximo de la cúpula de Montoneros se preservó de la muerte, la cárcel y la tortura -en la que cayeron miles de simpatizantes y militantes- afincándose en Europa, administrando la riqueza que la formación había obtenido con métodos diversos y mandando al matadero a su militancia inferior o rasa.

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El libro La llamada, de Leila Guerriero, cuenta bien esa parte de la historia. Y lo hace, precisamente, desde el recuerdo de una militante abandonada a su suerte, antes, durante y después de entrar al martirio de la ESMA; parir allí y ser liberada y acusada de colaboracionista. ¿Por quién? Por Firmenich y su adláteres. No es el único texto que relata el tipo de liderazgo que ejercieron los jefes montoneros desde el viejo continente, pero es uno de los más actuales. Cuando han pasado casi 50 años de aquellos trágicos episodios, esa memoria actual funciona como un lustroso botón de muestra.

Verlo a Firmenich ahora, como una especie de abuelo racinguista, olvidado de las y los jóvenes que abandonó, para apoyar a los jubilados es una afrenta al reclamo. Esta gente, que ya dio muestras de su vida y por eso está en ejercicio de su jubilación, no merece su esquelético aporte.

Un observador más o menos agudo podría vislumbrar un juego de espejos en el que el poder se interesa por colocar, frente al digno reclamo, la figura defectuosa de un monstruo, para así alejar el reclamo y acercar al monstruo.

Ojo con el diablo, pero más ojo con quien manipula la llave del infierno. En general, los porteros del fuego eterno tienen cara de amianto.

Hinchas organizados respaldan a los jubilados en su marcha de este miércoles. 
Karina Andrade.

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