OPINION

Peronismo: nuevo modelo organizativo se busca

¿La agenda progre jodió al PJ? No es el mensaje ni el programa: su crisis es organizacional. Kirchnerismo, pejotismo y el riesgo de no ser un partido de masas.

Mucho se ha debatido en estos últimos dos años (por lo menos dos años, si no más) sobre las causas de la crisis político-electoral del peronismo. Este debate se expresa en los discursos de las y los dirigentes, en redes sociales, en los mil y un programas de streaming que coparon la esfera pública política y, por supuesto, entre la militancia y los simpatizantes. También (hay que decirlo) los analistas políticos han sumado libros enteros tratando la cuestión de, como diría Vargas Llosa: "¿Cuándo se jodió el peronismo?"

Hay que decir que, en general, estos debates se centran sobre cuestiones (supuestamente) ideológicas: algunos sostienen que el problema del peronismo es la hegemonía “progre” que se estableció en los últimos 22 años, y que la solución pasa en abandonar agendas de derechos civiles como los derechos sexuales y reproductivos, la discriminación de género, los derechos LGTBQ+, ambientales, de pueblos indígenas y demás, y concentrarse solamente en cuestiones de crecimiento económico y distribución secundaria de rentas. Inversamente, existe otro polo que sostiene que, por el contrario, el problema del peronismo es que se volcó demasiado a la derecha, se volvió conservador, se obsesionó con contentar y apaciguar a los “factores de poder” como empresarios, sindicalistas y gobernadores y perdió su espíritu jacobino y plebeyo. Estos dos polos podrían sintetizarse en dos frases “No más progres” vs “No más Sciolis”.

Máximo Kirchner, Sergio Massa, CFK, Mariel Fernández, Axel Kicillof y Verónica Magario
Máximo Kirchner, Sergio Massa, CFK, Mariel Fernández, Axel Kicillof y Verónica Magario.

Máximo Kirchner, Sergio Massa, CFK, Mariel Fernández, Axel Kicillof y Verónica Magario.

Hay variaciones de este debate. Por ejemplo, una de ellas es la que indica que habría un quiebre irreconciliable entre trabajadores de sectores formales e informales. Otra de ellas señala que hay un quiebre territorial, entre el “conurbano pobrista” y el “interior productivo”.

De fondo -no podemos negarlo- hay disputas de dirigentes, de poder, de liderazgo, algunos entre ambas posiciones “ideológicas” centrales y otras al interior de esos dos polos.

El diagnóstico de la crisis del peronismo

El objetivo de la reflexión que aquí se presenta no es terciar en esta discusión, que resulta por demás conocida y, tal vez, irresoluble, porque la cuestión del peronismo es que siempre contuvo estos dos polos -así como contuvo a formales e informales y al centro y la periferia del país- , con momentos históricos de precaria hegemonía de uno u otro, pero siempre con tensión entre ellos.

Nuestra hipótesis es que la crisis del peronismo actual no es principalmente ideológica ni de programa, “de mensaje”, sino política, y que la misma es ante todo organizacional. El problema no es que el peronismo no sepa cuál es su ideología o su territorio (ya que nunca lo supo, o siempre tuvo la capacidad de contener varias, en disputa), sino, ante todo y principalmente, que hoy está en crisis su modelo de organización. Esto es muy grave, porque la pérdida de un modelo de organización viable puede resultar en la pérdida de su relación con la sociedad y, por lo tanto, de su viabilidad como partido de masas.

Para decirlo sintéticamente, la gran fortaleza del peronismo desde su nacimiento no fue su solidez ideológica, sino su fluidez organizacional y su enraizamiento en las comunidades y en la sociedad. Desde 1955 a 1975 el modelo organizativo dependió sobre todo de los sindicatos de base, aunque no hay que olvidar también la fortaleza de las unidades básicas, de las ramas femeninas y de los liderazgos provinciales, encarnados en figuras como Vicente Saadi, los Sapag (hasta 1973), Manuel Quindimil, etc. Este modelo está magistralmente retratado en libros como Resistencia e Integración de Daniel James, y es lo que sostuvo al peronismo durante los largos años de proscripción. Este esquema organizacional entró en crisis en la década del setenta, con la represión antisindical y el comienzo de la desindustrialización.

Sin embargo, como relata Steven Levitsky, el peronismo de alguna manera logró rearticular otro modelo organizativo durante los años ochentas y noventas, que él caracterizó cómo “la organización desorganizada”: redes de unidades básicas reconvertidas, organizaciones territoriales de todo tipo, y punteros políticos, con redes que algunos llaman “clientelares”, articuladas por liderazgos de políticos profesionales.

Como lo señala Levitsky fue esa capacidad de adaptación, esa fluidez organizacional -que también fue fluidez ideológica, pero principalmente organizacional- la que le permitió al peronismo lo que no pudieron el APRA de Alan García, en Perú, o la Acción Democrática de Carlos Andrés Pérez, en Venezuela. Sobrevivir a cataclismos como la caída del Muro de Berlín y las “reformas estructurales” de los 90.

Con el regreso al poder en 2003 los gobiernos kirchneristas al mismo tiempo utilizaron estas redes y tensionaron con ellas, a las cuales en un momento llamaron “pejotismo” con bastante desdén. El kirchnerismo tuvo una relación ambivalente con la organización política. Por un lado, se esforzó en crear sus propios modelos organizativos, sobre todo dos: primero, el modelo “orga” de cuadros, cuyo mayor exponente fue y es La Cámpora, pero que también supo incluir a “la transversalidad” y sectores que provenían del centroizquierda; segundo, los movimientos sociales organizados semiautónomos, como el Movimiento Evita, la UTEP y algunos otros menores.

El agotamiento del modelo CFK

Sin embargo, el kirchnerismo siempre desconfió de la organización partidaria autónoma y apostó a un modelo radial en donde, en último término, la relación con la sociedad reposaba exclusivamente en la capacidad comunicativa de Cristina Fernández de Kirchner, expresada directamente mediante discursos en cadena nacional, en sus actos de campaña, o en sus posteos en redes. Un modelo de liderazgo que se volvía “vertical” y que por su propia potencia -una potencia histórica-, no necesitaba de mediaciones.

Este esquema, si bien funcionó políticamente en su momento, se fue deshilachando hasta agotarse, como le sucede a todos los modelos organizativos cuando cambia el contexto social y político. No interesa describir cómo, ni asignar responsabilidades, sino dar cuenta de ese agotamiento. Después de todo, ese esquema cumplió el año pasado 20 años en los que logró imponerse en cuatro elecciones nacionales, una proeza que el propio Juan Domingo Perón no tuvo que gestionar. Llegadas las elecciones nacionales de 2023, las organizaciones y los movimientos sociales burocratizados no mostraron capacidad de movilizar votos ni suscitar afectos en la sociedad; tampoco los sindicatos, ni los gobernadores.

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Cierto sector del peronismo “profesional” intentó suplir esta falencia con el modelo “encuestas y focus y muchos consultores políticos”, pero ese tampoco es el modelo adecuado para el momento actual, en donde las elecciones ya no se juegan como en la época soñada de The West Wing y Bill Clinton. Insistimos: no tenemos un problema “de mensaje” que se resuelva con el mejor consultor (extranjero). Un paréntesis: así como cambian las sociedades y la crisis que eso provoca debiera generar cambios en los formatos en la relación entre los políticos y los ciudadanos, esa misma crisis también debiera generar cambios en los modos de comunicación política y en los formatos de las campañas electorales. Y si bien debiera este punto profundizarse en otro momento, aquí también postulamos que están agotadas las herramientas hasta aquí tradicionales de las campañas de los movimientos populares en Argentina y en el mundo. Hay, urgentemente, que inventar algo nuevo ya que ninguna “magia comunicacional” salvará a la política de su desconexión social.

Volviendo: el principal problema del momento no es tanto la discusión ideológica, sino el hecho de que la misma se da entre tuits y streams, en un diálogo de sordos entre dirigentes que no tiene enraizamiento ni ida y vuelta con lo que en otro momento histórico, tal vez más inocente, se llamaban “las bases”. ¿Dónde están las organizaciones de base del peronismo, en las cuales sus votantes sean invitados a participar y opinar? En ningún lado. No sólo no existe un partido, entendido como organización partidaria autónoma y permanente, sino que ya no existe la red de micro-instituciones implantadas en la comunidad que constituían la “organización desorganizada”.

El riesgo de ya no ser un partido de masas

Sin embargo, esas bases existen. Hay al menos un 40% de la sociedad que se siente opositora a este gobierno, y pide, solicita, reclama ser representada, invitada a participar y escuchada. En todas las marchas se ven viejos y jóvenes con remeras de Perón, de Evita, de Néstor y Cristina, cantando el Himno con los dedos en V. No se trata de “bajarle” mensajes o informarles “las listas” unas semanas antes de la elección mediante un tuit, sino de asumir la tarea de construir nuevas formas de participación, nuevas formas de organización, nuevas formas de integración, nuevas formas de lo que siempre fue: tratar de ver cómo los dirigentes le dan poder a la gente y no al revés.

Observemos que cuando los streams y los capos de las encuestas y la consultoría dan por muertos al género, a lo público y al Estado, las principales movilizaciones políticas de los últimos años fueron las de la universidad y el “antifascismo” de la comunidad LGBTIQ+. ¿Dónde están los tirapostas de los mensajes cuando más los necesitamos?

No es el programa. No son la derecha y la izquierda. No es que nos quedemos cortos o largos de pueblos. No es el mensaje. Retomar el ida y vuelta, ver que efectivamente hay alguien ahí, que son cuerpos, mentes, sueños, es lo que va a sacar a los dirigentes de sus discusiones para nadie y de su depresión posderrota.

Claro, también hay riesgos: quienes lideran seguramente se van a comer recriminaciones y reproches y otras heridas narcisistas. Abrir la caja del modelo organizacional implica que los dirigentes pierdan en parte el poder, se sometan más al control de calidad de los resultados, dejen más abiertos procesos, mensajes, formatos y voces. Hay acá una sospecha: quienes tratan de sostener el control de lo existente perderán y quienes se arriesguen a perder ese control decisor podrían tener una oportunidad de ganar.

Se trata de asumir ese desafío o enfrentarse al riesgo de desaparecer como partido de masas y opción de mayorías. Este riesgo es latente, pero la potencia simbólica, la memoria social (si bien chamuscada por el tiempo, siempre hay huellas de ella en el inconsciente colectivo) y el anhelo de justicia social de millones de argentinos, hoy heridos y desorganizados, pero existentes, son motivos más que suficientes para seguir empujando el carro del peronismo, nuestro mejor hecho maldito.

Katopodis, Mendoza, Achával, Galmarini, Ferraresi, De Pedro, Bianco, Fernández y Kirchner.
El peronismo de Santa Fe, con muchas dificultades en el cierre electoral.

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