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La autora advierte sobre los riesgos de construir acuerdos vacíos. Límites al gobierno de Javier Milei en 2025 y una propuesta clara para 2027.
El debate entre consenso y disenso se remonta al inicio mismo de la democracia. Acuerdos y desacuerdos, disidencias y puntos de encuentro. Así se expresa la política en su dinámica y práctica cotidianas.
Cuando hablamos de unidad, por caso, solemos dar por sentado que se trata de algo positivo, de una buena práctica política. Siempre resulta loable juntar voluntades en la búsqueda de un objetivo común y, por el contrario, cuando lo que priman son las divergencias, surge de inmediato una connotación negativa. “No se ponen de acuerdo. Priorizan vanidades. Hay mezquindad”, escuchamos.
En pleno año electoral, desde el peronismo hablamos de unidad. De la búsqueda de un gran acuerdo para que, como oposición, consolidemos una propuesta electoral competitiva, sin fisuras, con el propósito de mejorar las condiciones de representatividad legislativa en todos los ámbitos posibles.
Conviene en primer lugar que no confundamos unidad con rejunte. No es lo mismo alcanzar la unidad, mediante el acuerdo en torno a un objetivo común, que, como se dice habitualmente, “estar todos en la misma bolsa” sin explicitar el motivo que nos aglutina. La historia reciente nos demuestra que la unidad sin claridad de objetivo no arroja los beneficios esperados.
¿Unidad para qué? Hoy, debemos tener en claro que la unidad nos permitiría poner límites al Gobierno. Se trata de articular una propuesta electoral con el claro objetivo de obtener la mayor representatividad legislativa porque en estos meses de gestión pudimos ver como el gobierno nacional, a fuerza de DNU, vetos y la recurrencia de negociaciones poco claras que se apalancan en la necesidad de algunos gobernadores o de ambiciones personales, logró prácticamente saltearse al Congreso. Imaginemos, entonces, lo que podría ocurrir si la expresión opositora se debilitara o fragmentara y el Congreso se pintara de violeta.
No se trata de cómo quieren hacer ver que lo que buscamos es poner obstáculos al programa de gobierno. Se trata de arrojar claridad, de evitar los atropellos, de sacar a la luz episodios como la estafa cripto, la letra chica del acuerdo con el FMI o el abuso de las facultades delegadas, entre otros tantos temas que nos preocupan.
Somos conscientes de que hay una creciente demanda de mayor nitidez. De autenticidad y de ser genuinos. De tener una propuesta clara y explícita y de que, a veces, la unidad únicamente fruto de amontonamiento de distintas expresiones puede atentar contra esa demanda de nitidez y ser percibida como una mera especulación electoralista. No hay espacio para falsas promesas ni simulaciones engañosas. Tampoco, para esconder las diferencias debajo de la alfombra.
Por eso, el propósito de la unidad para estas elecciones de medio término debe estar arriba de la mesa y ser explicitado como corresponde. No nos quedemos con el significante vacío de “unidad” como a veces lo hacemos con “democracia” cuando saltamos en su defensa sin advertir la carencia de respuestas a los problemas cotidianos de nuestro pueblo. No hay espacio para el engaño.
Si logramos la unidad debe estar claro que el objetivo no es conseguir una mayor representatividad, sino que esa representatividad va a permitir alcanzar los objetivos. Es decir, ganar bancas no es un objetivo en sí mismo, sino una herramienta para poner límites a un gobierno nacional abusivo y autoritario.
Además, debemos ser conscientes y no confundirnos. Pasadas las elecciones de medio término, la causa que nos permita ponernos de acuerdo ya no podrá ser únicamente impedir que este gobierno haga lo que quiera, sino que definitivamente seamos capaces de construir una propuesta de futuro. Clara y genuina. Y reconstruyamos la mayoría perdida.