La Casa Blanca se lanzó a la reconquista del mundo. Guerra comercial y alianza con Rusia para frenar a China. ¿Gana o pierde la Argentina de Javier Milei?
Cómo es el mapamundi que Donald Trump configura a martillazos
Mientras aquí transcurría la calma chicha de un Carnaval pasado por agua en buena parte del país, las grandes bolsas mundiales se revolvieron entre el lunes y el martes por el inicio de la temida guerra comercial contra todo y contra todos con la que Donald Trump pretende restaurar en plenitud el poderío de Estados Unidos.
El índice S&P 500 de la Bolsa de Nueva York cayó el lunes 1,75% y este martes 0,23% más. Combinadas, se trata de cifras importantes, pero por ahora no de catástrofe debido a la decisión de China de pisar un poco el freno.
A pesar de la duplicación de los aranceles que sus productos pagan al ingresar a Estados Unidos –que pasan del 10% al 20%–, Pekín fechó para el lunes 10 la entrada en vigor de represalias equivalentes contra productos agrícolas estadounidenses y la prohibición del comercio con una lista de empresas de defensa. Xi Jinping sabe que en las guerras grandes no hay ganadores, trata de que el tiempo permita abrir alguna ventana de negociación y el mercado responde entre rezos.
Menos margen tienen los otros dos grandes socios comerciales de Estados Unidos, Canadá y México, sometidos desde este martes a las 00:00 a un incremento de 25 puntos de los aranceles que pagan por ingresar al principal mercado del T-MEC.
Al anunciar sus réplicas, Justin Trudeau les habló directamente a los estadounidenses, a quienes advirtió que "su gobierno decidió lanzar una guerra comercial" que redundará en más inflación y tensiones recesivas. De inmediato, Trump replicó en su red social Truth amenazando al vecino del norte con doblar la apuesta. "Díganle al gobernador Trudeau…", le hizo bullying.
En tanto, Claudia Sheinbaum dará a conocer el domingo respuestas que preferiría no dar.
Si no hallara un freno, la guerra comercial encarecería las importaciones de Estados Unidos y elevaría su inflación justo cuando las previsiones de crecimiento vienen en caída y algunos audaces hablan de "trumpcesión".
El jefe de la Casa Blanca juega al filo de la cornisa, pero no está loco. Estas son las claves de su estrategia:
Al aplicarle aranceles extra a China, el temerario Trump confronta directamente con la potencia emergente, responsable del grueso del déficit comercial de Estados Unidos. Ojo: el gigante asiático es, después de Japón, el segundo tenedor mundial del Bonos del Tesoro y la capacidad de daño mutua es verdaderamente gigantesca. Esa es la cornisa.
Si aplica su receta proteccionista contra México o Canadá no es por el fentanilo o la inmigración, sino porque quiere que las empresas internacionales radicadas en esos países y que, vía T-MEC, cuentan desde allí con una base de lanzamiento al mercado estadounidense, deslocalicen esas inversiones, prescindan de intermediarios y creen empleo en Estados Unidos.
Si fuerza el fin de la guerra en Ucrania incluso consagrando pérdidas de territorio es porque, a lo Henry Kissinger, quiere cortar la alianza Rusia-China. Lo que aquel intentó a través de un acercamiento a Pekín, Trump lo ensaya vía Moscú. La idea es la misma, lo que cambió es la época: para Estados Unidos, la amenaza ya no es el comunismo soviético, sino el capitalismo planificado de China.
La imposición de esapax americana le dolerá a Ucrania, que debería dejar de lado sus sueños de giro a Occidente. Tras el rapapolvo en la Oficina Oval, Zelenski dijo este martes que aceptará pagar por la protección de Estados Unidos –la que Trump decida y dentro de las fronteras que determine– a través de la creación de un fondo que le dé a empresas de ese país la mitad de las futuras explotaciones de minerales convencionales y de tierras raras. Vladímir Putin sonríe.
La idea de la Unión Europea de incrementar en 800.000 millones de dólares su gasto en defensa no compensa el corte total de la ayuda militar a Kiev decidido por Trump. Al final, Zelenski capituló, la UE muerde el polvo, Ucrania será el pato de la boda y la alianza atlántica forjada en la Guerra Fría tambalea.
¿Hasta qué punto la Argentina está en condiciones de sostenerse en semejante ambiente global y hasta qué punto su interés resulta compatible con el de los Estados Unidos?
Javier Milei insiste con su idea de un tratado de libre comercio (TLC) con Estados Unidos. ¿Cómo entender las señales mixtas que le devolvieron desde allí?
El enviado del Departamento de Estado para América Latina, Mauricio Claver-Carone, fue el primero en hablar de la iniciativa, a la que condenó como una moda de fines del siglo pasado y ya caduca. Un acuerdo de promoción de inversiones –que privilegie a las empresas estadounidenses– sería más viable, sentenció.
Luego fue el propio Trump quien habló del presunto TLC. La prensa nacional interpretó una virtual aceptación, presunción "confirmada" luego por un posteo en el que Elon Musk definió la idea como "cool".
En concreto, el republicano respondió: "Consideraré cualquier cosa. Creo que (Milei) es un gran, gran líder. Está haciendo un gran trabajo, un trabajo fantástico. Ha rescatado a su país del olvido. Sí, analizaremos las posibilidades". Un despeje a la tribuna.
Las posibilidades de concreción de ese proyecto, cuyas ventajas son verdaderamente difíciles de detectar, son casi nulas. Por un lado, por el proteccionismo trumpista; por el otro, porque el argentino debería lograr que el Mercosur le desate las manos para negociar ese tipo de tratados en soledad o directamente dinamitar el bloque, conseguir para eso mayoría en el Congreso y sortear el rechazo del grueso del Círculo Rojo empresarial.
Tal vez el anuncio más importante que hizo Milei el sábado a la noche fue que, finalmente, enviará al Poder Legislativo el acuerdo acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) que, afirmó, se alcanzará pronto y permitirá "salir del cepo este mismo año".
La cara de sorpresa de Toto Caputo motivó comentarios, pero las discusiones, en efecto, avanzan.
Milei generó una expectativa enorme que no pocos operadores esperan ver confirmada de modo inminente. El eventual anuncio de un acuerdo debería traducirse en un empujón para los activos nacionales, pero lo contrario podría suponer un "efecto decepción" y sumarle ruido al momento.
El vendaval financiero del inicio de la guerra comercial afectó las acciones y bonos argentinos que cotizan en Nueva York; el riesgo país sigue apuntando a los 800 puntos básicos.
No todo el nerviosismo del Gobierno es pura neura, sobre todo si se tiene en cuenta que la semana pasada había terminado con ventas de reservas difíciles de sostener para mantener planchados los tipos de cambio paralelos.