LA NOCHE DE LA LEALTAD

Isabelita y Victoria Villarruel agitan los fantasmas del pasado

La vice saca del ostracismo a la expresidenta y seduce a la derecha peronista. El hilo rojo del odio a los "zurdos". Rodrigazo, Triple A y aniquilación.

María Estela Martínez de Perón eligió el 79 aniversario del peronismo para mostrarse públicamente por primera vez en tres décadas y media. Optó por hacerlo con la vicepresidenta Victoria Villarruel, una conocida reinvidicadora de la represión ilegal y de los militares golpistas que terminaron con su mandato en marzo de 1976.

La simbología elegida por ambas no puede ser más sugerente. “En un día como hoy, donde se habla de lealtad, quiero reivindicar su figura”, tuiteó la ahora vice, para solaz de peronistas que, como Guillermo Moreno y Sergio Berni, la imaginan próxima al “movimiento nacional”. O al menos como un eventual ariete para desplazar a Milei bajo una fachada democrática, algo ya descartado de plano por CFK, que de paso los mandó al psiquiatra.

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Aún no está claro a través de que vínculo Villarruel consiguió esta entrevista, pero, como contó Mauricio Cantando en Letra P, habría sido a través de Claudia Rucci, la hija del sindicalista asesinado José Ignacio Rucci que dirige el Observatorio de Derechos Humanos del Senado. Como sea, las fotos posteadas por la vicepresidenta, que las muestran abrazadas y con las manos entrelazadas, no hacen más que remover los fantasmas del pasado.

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La viuda de Perón, que hoy tiene 93 años y reside en España desde 1981, gobernó la Argentina durante 632 días, una etapa que será recordada por la espiral de violencia política y desbarajuste económico que culminó con su propia destitución.

Bajo su mandato comenzó a operar la Triple A, la paraestatal Alianza Anticomunista Argentina, que organizó su ministro y aliado José López Rega. La banda del Brujo asesinó a cientos de peronistas y opositores democráticos que caratulaba de “zurdos”, la palabrita que desde entonces tiene un imborrable tufillo criminal.

En pocos meses fueron asesinados, entre otros, el cura Carlos Mujica, el diputado Rodolfo Ortega Peña, el intelectual Silvio Frondizi y el ex vicegobernador cordobés Atilio López, además de centenares de militantes barriales y sindicales. Decenas de artistas debieron dejar el país al difundirse la lista de blancos. Fue el preludio del Plan Sistemático de Exterminio y Desaparición de personas concretado por la dictadura.

La primera presidenta

Isabel asumió el gobierno el 29 de junio de 1974, dos días antes de anunciar por cadena nacional, conmocionada y vestida de riguroso luto, que “Perón ha muerto”.

Presentada por la derecha peronista y la ortodoxia sindical como una garante de “lealtad al líder”, Isabelita acompañó a su marido en la boleta que el 23 de septiembre de 1973 alcanzó el 62% de los votos, el más alto porcentaje de la historia nacional.

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Numerosos testigos e incluso su entonces delegado personal, Juan Manuel Aba Medina, han relatado que Perón anhelaba, en ese tercer mandato, cerrar la grieta histórica con sus opositores. Imaginaba, incluso, una fórmula con el caudillo radical Ricardo Balbín, a quien había priorizado en su primer contacto en la residencia de Gaspar Campos, en noviembre de 1972.

Pero la feroz interna peronista, donde la izquierda juvenil pujaba con el sindicalismo ortodoxo y grupos de la ultraderecha, lo inclinaron a optar por su esposa, 36 años menor, cuya mayor experiencia política radicaba en la convivencia con el anciano líder. Con la salud de Perón quebrantada, el cóctel explosivo quedaba armado.

Respaldada por el Brujo y acusándolo de “zurdo”, Isabel tuvo un papel relevante en precipitar la renuncia de Héctor Cámpora a sólo 49 días de su elección, dada la cláusula proscriptiva que impidió la candidatura del propio Perón. La presidencia interina recayó en el titular de la Cámara de Diputados, Raúl Lastiri, casado con la hija de López Rega.

El poder de este expolicía y secretario privado del líder en la residencia de Puerta de Hierro, conocido en el entorno del general como el Hermano Daniel por su afición a cultos esotéricos, creció hasta lo inimaginable. Conservó su cargo de ministro de Bienestar Social y desde allí comenzó a montar su grupo parapolicial.

Del Pacto Social al Rodrigazo

Ya como presidenta, Isabel se recostó cada vez más en López Rega. Intervino provincias, universidades, sindicatos y los canales privados de televisión. Adujo la caducidad de las licencias, lo que encubría una política de censura creciente que incluyó en 1974 la clausura de tres diarios de izquierda: Noticias, La Calle y El Mundo.

En febrero de 1975 firmó el decreto 261/75 de “aniquilación” de la guerrilla desplegada en los montes tucumanos por el ERP, que impuso una virtual militarización de la provincia en el marco del Operativo Independencia.

El viraje político a la derecha se consumó con el reemplazo del Pacto Social ideado por Perón por políticas monetaristas que culminaron con un plan de ajuste del ministro Celestino Rodrigo. Apadrinado por el Brujo, incluyó una fuerte devaluación de la moneda con aumento de las tarifas de los servicios y de los combustibles.

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Isabelita recibió a Victoria Villarruel en su casa de Madrid.

Isabelita recibió a Victoria Villarruel en su casa de Madrid.

En julio de 1975, la CGT lanzó su primera huelga de 36 horas con movilización en contra del Rodrigazo, cuya contundencia obligó a Isabel a desprenderse de su ministro de confianza. Lopecito marchó a Europa con sus custodios mientras el Congreso abría una investigación sobre las actividades del grupo criminal.

La combinación de crisis política con puja distributiva y desabastecimiento se tornó explosiva. De nada sirvió la licencia que, por razones de salud, Isabel se tomó en septiembre, cuando fue reemplazada por el presidente provisional del Senado, Ítalo Luder, quien no aceptó desplazarla.

“No me atosiguéis

Detenida por su custodia militar el 24 de marzo de 1976 y liberada cinco años más tarde, Isabelita -el nombre de fantasía que usó en su breve carrera como bailarina antes de conocer a Perón- regresó a España, donde ya había vivido 13 años del exilio del general.

En rigor, se trata del país donde ha pasado la mayor parte de su vida y donde fue aceptada por el núcleo social del franquismo a poco de instalarse, en 1960. Fue a instancias de Carmen Polo, la influyente mujer del generalísimo Francisco Franco, que Perón aceptó casarse con su mujer de hecho en un tercer matrimonio.

Nacida en 1931 en la provincia argentina de La Rioja, cuna de otro presidente ya fallecido, María Estela Martínez regresó sólo dos veces a Buenos Aires. Fue en 1985 y 1988, cuando el presidente Raúl Alfonsín la recibió formalmente en la Casa Rosada, tras haber impulsado en 1984 una ley de “reparación histórica” que prohibió juzgarla por hechos previos.

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Raúl Alfonsín blindó a Isabelita y la recibió en la Casa Rosada.

Raúl Alfonsín blindó a Isabelita y la recibió en la Casa Rosada.

Sin embargo, ni así pudo huir de su pasado y en enero de 2007 fue detenida en Madrid a pedido de la Justicia argentina, imputada por la desaparición de un estudiante mendocino y en otra causa por el millar de crímenes cometidos durante su gestión por la Triple A.

Nunca pudo ser indagada, ya que la justicia española consideró prescriptos los delitos y rechazó la extradición, aunque debió permanecer bajo arresto domiciliario hasta que concluyó el trámite, un año más tarde.

Tras vender la legendaria quinta 17 de Octubre, en el elegante barrio de Puerta de Hierro, la expresidenta pasó sus últimos años recluida en otro chalet de tres plantas ubicado en un condominio de Villafranca de la Cañada, en las afueras de la capital española.

Goza de una situación económica desahogada tras haber obtenido, poco después de la recuperación democrática, la devolución de los bienes incautados por los militares, valuados entonces en unos nueve millones de dólares. También cobra la jubilación como expresidenta y la pensión como viuda de otro jefe de Estado.

Ya no sale ni para ir a misa ni a pasear en su Audi conducido por chofer, como en otros tiempos. Está alejada de toda vida social, con dificultades para caminar aunque sin dolencias graves. Tampoco tiene los bríos para frenar a los periodistas que la perseguían en otros tiempos con una expresión ibérica que queda para los anales de los argentinos: “No me atosiguéis”.

Peronistas de Victoria Villarruel
Victoria Villarruel. 

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