Como se dijo, los servicios suben bien por encima del promedio, con Vivienda, agua, electricidad, gas y otros combustibles liderando la tendencia –5,3%–, y seguidos por las brutalmente desreguladas tarifas de telefonía e Internet –5%– y Restaurantes y hoteles –4,6%–. La clase media sigue siendo el pato de la boda de la mileinomía.
Por contraste, el rubro Alimentos y bebidas no alcohólicas punteó bien por debajo del promedio –2,2%– y otro rubro sensible de la canasta básica como Prendas de vestir y calzado lo hizo en 1,6%. En todo el año, la canasta básica evolucionó más de diez puntos porcentuales por debajo de la inflación general, lo que explica el alivio de la pobreza desde la cima del primer semestre.
Si los sectores medios tienen motivos sobrados de queja, los populares pueden sentir que, al menos en términos relativos, logran sacar un poco la cabeza del agua. Esto tiene un impacto político fuerte, ya que ayuda a consolidar una alianza social policlasista, enhebrada tanto por motivos ideológicos y de sentido común conservador como pragmáticamente socioeconómicos. Consuelo triste, pero real: a muchos compatriotas, la reducción de la inflación les permite, cuando menos, organizar su pobreza. Ya aparecerán otras demandas, claro, porque así es la vida.
Mientras tanto, ¿está la Argentina realmente ante "el fin de la inflación"?
Inflación, una decisión de riesgo
Del IPC surge que la inflación núcleo, una suerte de anticipo por excluir los precios estacionales y regulados, se ubicó en 3,2%. Falta todavía para cantar victoria, tanto por esa tendencia subyacente aún superior al promedio como por lo que el propio Gobierno sabe que le resta hacer en materia de tarifas, tarea que viene meloneando para apurar la desinflación en la previa de los comicios de octubre. Después del "trámite" electoral, tal vez se acumulen unas cuantas malas noticias en materia de luz y gas, así como del sensible y chillón valor del dólar.
Toda la apuesta económica, política y electoral de Milei y Caputo pasa por reforzar el atraso cambiario, elemento de la desinflación que el Gobierno ponderó como "un pilar" en su comentario al último informe del staff técnico del FMI sobre el país. Pasó casi desapercibido, pero eso da por tierra con el mantra del Presidente de que "la inflación es en todo tiempo y lugar un fenómeno exclusivamente monetario". El Milei realmente existente se ha convertido en un heterodoxo.
Para pisar más el tipo de cambio –lo que acumulará nuevas tensiones en un contexto internacional dado, al revés de lo que pasa en el país, por el fortalecimiento del billete verde–, Milei ordenó reducir desde el mes que viene la actualización del dólar oficial –crawling peg – del 2% al 1% mensual, lo que abaratará todavía un poco más los productos importados, reducirá –también en una medida limitada– los incentivos para exportar y seguirá constituyendo el ancla principal para los precios internos. Sí, por encima del ajuste fiscal y la contención monetaria.
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En lo que respecta a los paralelos, se mantendrá la intervención con las divisas que vayan aportando las exportaciones, peligroso recurso que mantiene las reservas netas del Banco Central en terreno negativo por más de 9.600 millones de dólares, según los últimos cálculos.
Un enigma del Fondo
¿Cuándo se saldrá de ese círculo vicioso, una amenaza latente de megadevaluación si el contexto financiero internacional se pusiera más complicado desde la asunción, el próximo lunes, de Donald Trump? Cuando el Fondo Monetario Internacional ponga, si lo hace y merced a los buenos oficios del republicano, unos 12.000 millones de dólares que permitirían eliminar el cepo sin un elevado riesgo de estallido.
Claro, como dijo este medio, aunque no deja de repartir elogios al ajuste, el FMI exige a cambio todo lo contrario que lo que hace el Gobierno: libre flotación, devaluación, acumulación de reservas y tasas de interés superiores a la inflación.
Ese dinero sería nuevo endeudamiento, al revés de lo que indica la narrativa oficial, que jura que no hipotecará a generaciones futuras por los despilfarros del presente. Eso es así porque la "plata nueva" –Caputo dixit– no viene simplemente a refinanciar vencimientos de deuda, sino a reemplazar reservas que se han venteado en aras del populismo cambiario en curso.
Milei y "el mejor ministro de Economía de la historia" consideran tener al alcance de la mano el entendimiento con el Fondo, cosa probable, pero que conviene esperar a ver para creer. Con todo, el trámite será tan polémico que ambos evalúan no hacerlo pasar por el Congreso, lo que llevaría a su judicialización. En esas condiciones, el entendimiento se haría más complicado, puesto que el organismo exige garantías de que una futura administración no desconocería esa nueva deuda.
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¿En qué argumento se basarían para eludir la ley impulsada en 2021 por Martín Guzmán? En que ese dinero no sería, como se explicó, endeudamiento neto, sino un roll over destinado a cancelar vencimientos. Si eso fuera cierto, sería una excelente excusa: el propio Presidente afirmó públicamente que esos 11.000 a 13.000 millones de dólares se usarían para "salir del cepo" y "buscar las condiciones para cubrirnos de esa locura imposible", la de una corrida contra el peso que barrería con la desinflación y con su credibilidad pública. "Si nosotros conseguimos estos fondos, claramente, digamos, o sea, podemos hacer frente a lo que venga", abundó.
Dadas las dificultades programáticas y legales mencionadas, ¿no habría acuerdo entonces o sí lo habría y quedarían para después de los comicios esas novedades cambiarias y de nivel de tasa, que provocarían un rebrote del IPC, un freno a la recuperación de la actividad y un nuevo golpe a los ingresos populares?
Si así fuera, el país sufriría una nueva defraudación política, tan habitual en sucesivos gobiernos como repudiable: pedirle el voto a la ciudadanía en condiciones macroeconómicas asumidamente insostenibles para, una vez obtenido el voto, "sincerar" desequilibrios concientemente acumulados.
El tiempo será testigo.
La segunda meseta
No se trata sólo de apurar la desinflación, sino de no perderle el hilo.
Si se observa la evolución mensual del IPC, se detecta que, más allá de que Milei llene su tiempo buscando fotos de mandriles, efectivamente hubo, como se había anunciado ampliamente, una meseta en torno al 4% entre mayo y agosto pasados.
Ahora, de acuerdo con las consultoras privadas que vuelcan sus pronósticos en el Relevamiento de Expectativas de Mercado (REM) que publica cada mes el Banco Central, la previsión es que la inflación no perfore el piso del 2% por lo menos hasta abril, lo que –de cumplirse– completaría siete meses de una nueva meseta.
Vale aclarar que esas consultoras, donde trabajan "econochantas", afinaron sus previsiones. Hasta hace algunos meses tendían a subestimar el ritmo de la desinflación –no su tendencia–, pero en diciembre acertaron, en promedio, con el número exacto.
El crawling al 1% constituye un virtual congelamiento del tipo de cambio oficial, el que, si se cumplen las previsiones del REM, se atrasaría a razón de entre 1 y 1,5% mensual en el próximo cuatrimestre. Insólito: lo hacen cuando la inflación núcleo, como se dijo anteriormente, viaja bien por encima del 2,5% mensual –aproximado– sostenido por tres meses que el mandatario había establecido como mojón para meterle otro pie encima al dólar. La misma núcleo que Milei afirmaba, cuando le resultaba conveniente, que era lo único que había que mirar.
La aguja de la olla de presión gira un poco más a la derecha.
- La decisión de clavar más el dólar oficial es una excelente noticia para los tahúres que juegan al carry trade con las cartas marcadas que les reparten Caputo y Santiago Bausili.
- En paralelo, es una mala nueva para los exportadores de soja, cuya cotización internacional viene mal y con pronostico reservado por sobreoferta mundial para los próximos meses.
Ojo: esos dólares, que deben llover entre abril y julio, serían fundamentales para que el Gobierno sostenga su populismo cambiario en la previa electoral.
No vaya a ser cosa que el acuerdo con el Fondo se demore entre polémicas políticas y falta de garantías legales, y que el mercado comience a considerar insostenible el atraso cambiario inducido por el gobierno anarcointervencionista.