En la desesperación por exculpar a Javier Milei de una maniobra delictiva -el mal mayor, por defecto, por la tormenta judicial que se avecina y porque invalida el discurso de contraste con la casta sucia y chorra-, el Gobierno y sus filiales corren el riesgo de terminar construyendo la imagen de un boludo, un presidente incapaz de comprender el poder y las responsabilidades del cargo que ocupa, de entender la eventual criminalidad de sus actos; uno ingenuo, que necesita ser cuidado y que no detecta las fechorías de un entorno tóxico que lo salpica con sus prácticas opacas. ¿El mal menor?
Milei no estafó, lo estafaron. Ese concepto resume la narrativa que la Casa Rosada salió a instalar, off the record, pero por escrito, el lunes a la mañana. Milei no es un criminal. Fue engañado, asaltado en su buena fe. Lo usaron. Lo durmieron. Lo cagaron, o sea, digamos. Es, en todo caso, un hombre vulnerable, poco despierto, no muy vivo. ¿Un boludo? La palabra puede no ser apropiada para referirse al presidente de la Nación, pero no hay una más eficaz. Como decía el Negro Fontanarrosa, hay palabras que no tienen reemplazo.
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- Cristina Pérez, la esposa del ministro de Defensa, Luis Petri, puso su granito de arena en el segmento que conduce en La Nación+: “Hay gente que por lo bajo dice que hay un círculo de entorno que pide plata a cambio de acercarle empresarios al Presidente”, que no se da cuenta, evidentemente, o recién ahora se da cuenta y se propone “poner filtros” para que no se le meta cualquier rufián en el despacho de la Casa Rosada.
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- "Hemos visto a un presidente descuidado y mal rodeado", se sumó Mauricio Macri, aunque el aporte, en su caso, más que una colaboración al plan de la Casa Rosada, fue una avanzada sobre el campo de la batalla que libra contra Karina Milei y ese "entorno" que lo tira al bombo en su vínculo con el Presidente.
- “Hay que ir a fondo para avanzar contra los delincuentes que les hicieron una cama a miles de personas y al propio Presidente”, se anotó Diego Santilli.
El ciudadano presidente Javier Milei
En el fragmento maldito de la entrevista que le dio a Jonatan Viale en TN –el que murió de censura consentida, pero no del todo y echó más nafta al fuego-, tres veces dijo el Presidente que el tuit que favoreció la criptoestafa había sido escrito por el ciudadano Milei, no por el presidente Milei, y estaba por decir por cuarta vez ese disparate cuando Santiago Caputo irrumpió con sus tatuajes y frenó lo que, es cierto, estaba tomando cuerpo de papelón histórico, porque al mismo tiempo Milei decía que su defensa estaría a cargo del ministro de Justicia, que no debería ocuparse de un asunto privado –los problemas judiciales del ciudadano Milei- y, si en todo caso se tratase de un problema relacionado con su función pública, tampoco sería trabajo de Mariano Cuneo Libarona, sino, del procurador del Tesoro, y tampoco.
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En su misión de tirarle de las orejas al asesor de parte del Presidente, después Adorni diría que Caputo se había excedido en su intención de cuidar al mandatario, un hombre que no comprende la naturaleza de su cargo ni se ha puesto al tanto, en 15 meses que lleva en funciones, de cómo funciona el Estado, quizá porque no tiene caso si su objetivo es destruirlo.
El malo de esta película de terror terminó siendo Caputo, no Milei, que no se dio cuenta de que estaba pasando algo malo, que no atinó a reaccionar para, al menos, intentar reparar el error de su asesor, que, por el contrario, vivió el episodio de lo más risueño.
¿Es un boludo, Javier Milei?
El plan oficial de presentar al Presidente como una persona que no termina de entender ciertos mecanismos del poder -una que resulta vulnerable frente a vivillos estafadores y a entornos corruptos- hace agua por todos lados.
Es cierto que el mandatario no comprende el poder y las responsabilidades que conllevan el cargo que ocupa. No entiende que el 10 de diciembre de 2023 dejó de ser el ciudadano Javier Milei cuando sostiene que tiene una cuenta de Twitter privada en la que se manifiesta como un argentino cualquiera; no lo entiende cuando insulta a sus adversarios desde la cima del poder institucional ni cuando descalifica, divirtiéndose como un chico con sus ocurrencias, a Lali Espósito o María Becerra como si se tratara de una pelea entre pares.
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Acaso haya que considerar, en este punto, el efecto que debe tener sobre un megalómano el hecho de haber ganado las elecciones diciendo cualquier barbaridad –vale recordar: auspició la compraventa de órganos humanos bajo las reglas del libre mercado- y recibiendo, a cambio, el aplauso de una platea que terminó reuniendo al 56% del electorado, 14.476.462 personas que siguieron celebrando sus desmesuras cuando el ciudadano Javier Milei se convirtió en presidente.
Sin embargo, también es cierto que Milei es una persona instruida, que se jacta de liderar el mejor gobierno de la historia, de ser el mayor exponente de la libertad a escala global y de estar acumulando éxitos para merecer el premio Nobel de Economía, una que, a pesar de que su especialidad sea “el crecimiento económico con o sin dinero” y “bajar la inflación”, acredita experiencia como asesor rentado -confesó que solía ponerles precio a sus opinions- en el campo del mundo cripto, que decía dominar. Este perfil autoconstruido choca de frente con lo que se entiende como un boludo.
Hay más. Los éxitos que, según la mirada oficial, consechó en su primer año de gobierno no fueron sólo en el terremo de la economía, que es a lo que se dedica según su biografía de Twitter. Una mínima tropa legislativa le permitió coronar ruidosas victorias parlamentarias, mientras LLA se fue comiendo al PRO a la par de las milanesas que Milei degustaba con Mauricio Macri en Olivos; mientras el peronismo se mostró dividido durante meses. La Casa Rosada alimentaba la fantasía de la infalibilidad política del anticasta que lograba domar a las alimañas del Congreso y del Círculo Rojo. TMDAP: todo marchaba de acuerdo al plan, según el mantra de Santiago Caputo. Ahora, toda esa construcción corre riesgo de colapsar.
El plan de la Casa Rosada no estaría funcionando
En la entrevista que brindó el martes a primera hora en América, Adorni negó varias veces que el escándalo de la criptoestafa tuviera efectos negativos sobre la reputación del Presidente. Dijo el portavoz:
- “Esto no impacta en la gente de a pie”.
- “Esto es un tema del Círculo Rojo”.
- “Esto no daña la palabra del Presidente ni el plan del Presidente ni el gobierno del Presidente”.
Con todo, según una encuesta de Giaccobbe conocida este miércoles, la promoción de la criptoestafa $LIBRA le costó a Milei un salto de 10,4 puntos porcentuales en su imagen "negativa”.
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Sube la imagen negativa de Javier Milei.
Además, no estaría funcionando la estrategia del supuesto mal menor. El 45,3% de las personas que respondieron a la encuesta cree que el mandatario "tiene la culpa porque sabía que se trataba de una estafa", contra un 31,5% que sostuvo que Milei "fue engañado y no tiene responsabilidad en el asunto".
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Javier Milei tiene la culpa, cree el 45% de las personas consultadas por la consultora Giaccobbe.
¿El mal menor es el mal menor para Javier Milei?
Por defecto, sí. Lo peor sería que el Presidente saliera de este incendio con su reputación mancillada por corrupto -incluso con una condena-, porque eso lo empujaría al mismo lodo que habitan, según la narrativa libertaria, las ratas inmundas de la casta.
De todos modos, sería prudente poner en cuestión esta certeza si Cristina Fernández de Kirchner, aun condenada por corrupción con sentencia ratificada en dos instancias del proceso, sigue siendo la figura política más competitiva de la oposición, capaz, dicen las usinas oficiales, de ser la favorita del 40% del electorado de la provincia de Buenos Aires.
¿A quién condena más la sociedad? ¿A un presidente deshonesto o a un presidente incapaz? ¿A un chorro o a un boludo?
¿Su base social de sustentación será capaz de perdonarle flaquezas morales si le garantiza estabilidad económica?
¿Le perdonará la desilusión de que no sea el más vivo del barrio, el prodigio que vino a comerse a la casta cruda?