La ausencia del canciller Gerardo Werthein en la ceremonia que se realizó en el Vaticano para celebrar el 40º aniversario de la firma del Tratado de Paz y Amistad con Chile, que le puso punto final a un conflicto que seis años antes había colocado a los dos países ante el riesgo inminente de una guerra por la soberanía en el canal de Beagle, constituye una nueva demostración de la deriva de la diplomacia nacional comandada por el presidente Javier Milei.
El correr de los días posteriores a la traumática intervención oficial en la Cumbre del Grupo de los 20 (G20) de Río de Janeiro fue decantando en algunos análisis la idea de que una corriente moderada se instaló en el Palacio San Martín, capaz de controlar los impulsos más agresivos de Milei.
Esa noción resulta muy discutible. Es complicado entender como un triunfo de la moderación que la Argentina no haya detonado totalmente la reunión al aceptar la firma de la Declaración final –se insiste: una simple declaración no vinculante–, a pesar de no haber dejado de señalar divergencias en cada uno de los puntos aludidos por ella y de haber empantanado las discusiones al punto de la exasperación de casi todas las delegaciones presentes.
En esa cita, Werthein se despidió de su homólogo chileno Alberto van Klaveren asegurándole que se encontrarían este lunes en el Vaticano para la celebración junto al papa Francisco. Eso no ocurrió. Justamente los contrapuntos que Gabriel Boric marcó con Milei el lunes de los discursos del G20 dejó resentido al presidente argentino, quien ordenó la marcha atrás, algo que reconoció este domingo en una entrevista el propio canciller.
Mientras Chile estuvo representado al máximo nivel de su diplomacia, nuestro país envió apenas una delegación encabezada por el embajador ante la Santa Sede, Luis Pablo Beltramino.
No había forma de que el desplante pasara desapercibido. Es interesante analizar el discurso que el papa brindó en el Palacio Apostólico, en el que resaltó la importancia de aquel acuerdo que no sólo puso fin a un virtual estado de guerra encendido por las dictaduras de los dos países, sino que fue en la piedra de toque de un acercamiento que derivó con los años y las décadas en una integración virtuosa y en el cierre de todos los diferendos que estaban pendientes a lo largo de la extensa frontera común.
En el acto de esta mañana, el Papa pidió que aquel acuerdo con mediación de Juan Pablo II sea visto como “un modelo a imitar (...) Amerita ser propuesto en la situación actual del mundo, en el que tantos conflictos perduran y se agravan”, dijo y recordó el acto en el Vaticano de 2009, en el 25° aniversario del tratado de paz, en el que estuvieron “las presidentas de Argentina, Cristina Fernández Kirchner, y de Chile, Michelle Bachelet”.
Un grupo de excancilleres había expresado este domingo en un comunicado su "profunda condena" a la decisión de Milei de no mandar al canciller, a la cual calificó de "incomprensible" y de "desprecio gratuito". El texto fue firmado por una mayoría de peronistas –Santiago Cafiero, Felipe Solá, Jorge Taiana y Rafael Bielsa–, pero también por quien fue la primera jefa de la diplomacia de Mauricio Macri: Susana Malcorra.
Esto deja en el aire más que nunca la demorada visita de Francisco al país, a pesar de la disculpa pública que el jefe de Estado ensayó después de haberlo calificado como "representante del Maligno en la Tierra". Además suma el Vaticano a la larga lista de estados con los que la Argentina ultraderechista ha decidido enfrentarse. Esta, cabe recordar, está compuesta nada menos que por Brasil, España, México, Colombia y, claro, Chile.
Con China se busca un incierto deshielo tras las reiteradas promesas de Milei de "nunca negociar con comunistas". Con Venezuela, en tanto, no hay siquiera relaciones, en momentos en que la embajada Argentina en Caracas se encuentra otra vez bajo asedio de agentes del chavismo, lo que pone en peligro la integridad de los seis incidentes venezolanos que permanecen refugiados allí. La buena voluntad del gobierno de Lula da Silva para proteger esa instalación y a esas personas no genera en la administración paleolibertaria –que atizó ese choque sin reparar en los riesgos– un mínimo gesto de agradecimiento.
Es cierto que, apoyados en el mensaje que había traído Buenos Aires Emmanuel Macron, Werthein y el sherpa presidencial en el G20, Federico Pinedo, empujaron ante el Presidente la idea de no terminar de romper todo en ese foro. Sin embargo, queda claro que el daño que provocó la conducta argentina en el mismo fue grande y que las relaciones exteriores del país siguen atadas a los caprichos personales de Milei, cuando no a la influencia ideológica extrema de funcionarios como el jefe de Gabinete blue Santiago Caputo y su seguidor Nahuel Sotelo, secretario de Culto y Civilización (sic).