Desde su misma emergencia, Javier Milei le ha planteado a la política argentina un problema de índole geométrica: la construcción de su propio campo de acción en términos crudamente populistas –una agregación de sectores diversos y agónicamente enfrentados a un "otro" igualmente heterogéneo– debería crear más temprano o más tarde, como un espejo, un amplio campo opositor.
"¿Queda algún fiscal federal en la República Argentina?", se preguntó el jurista Andrés Gil Domínguez. No pareciera o, por lo menos, ninguno atento a lo que establecen los artículos 212 y 213 bis del Código Penal, sobre los que el mencionado llamó la atención.
El hombre mezcló fake news con ideología ultraconservadora, lenguaje violento con discriminaciones abiertas y falacias con generalizaciones absurdas. Para rematar la faena, hasta reposteó algún mensaje que no pasaría un parcial de Lógica I.
Para no volver a fatigar con lo que se debió escuchar –en resumen, mucha homofobia, mucho macartismo y mucho antifeminismo–, basta mencionar que habló de la "infección" del socialismo, de la "ideología woke" como "un virus mental" y "una epidemia que hay que curar y un cáncer que hay que extirpar".
La nueva derecha, un "fascismo del siglo XXI", reflota obsesivamente las metáforas organicistas comunes en el de hace cien años, presagio siempre narrativo de curas dolorosas, cirugías compulsivas y amputaciones.
El campo del mileísmo ya está recortado y compuesto por los convencidos y los indiferentes. En el llano, estos últimos son quienes deben concentrarse en resolver problemas de la vida cotidiana largamente abandonados por quienes les pidieron su voto una y otra vez con palabras bellas y falaces; en la cúpula dirigencial, por quienes no le hacen asco a un deterioro de la democracia con tal de conseguir canonjías de los tipos más diversos.
La Constitución woke de Argentina
"En esto consiste fundamentalmente el wokismo, que es el resultado de la inversión de los valores occidentales. Cada uno de los pilares de nuestra civilización fue cambiado por una versión distorsionada (…) mediante la introducción de diversos mecanismos de subversión cultural. De los derechos negativos a la vida, la libertad y a la propiedad, pasamos a una cantidad artificialmente infinita de derechos positivos. Primero fue la educación, luego la vivienda y, a partir de allí, cosas irrisorias como el acceso a Internet, la televisación del fútbol, el teatro, los tratamientos estéticos y un sinfín más de deseos que se transformaron en derechos humanos fundamentales, derechos que, por supuesto, alguien tiene que pagar", postuló el Presidente, que no se privó de castigar por segundo año consecutivo a sus anfitriones.
La dirigencia debería tomar nota: Milei deplora la Constitución Nacional o, cuando menos, considera ciertos artículos de ella como "un cáncer que hay que extirpar". Por lo pronto, los que hablan de educación popular y vivienda, porque es cierto que el Fútbol para Todos no figura en la Carta Magna woke.
Cada cual atiende su juego
Cristina Fernández de Kirchner habla cada tanto, para sumergirse luego en la interna recalentada. Sergio Massa calla casi siempre, como si asumiera que ni siquiera una parte del 44% de 2023 –o del 37% de la primera vuelta le perteneciera. Axel Kicillof, economista y gobernador damnificado por la motosierra, se queja seguido por el modelo, pero entra menos en la controversia sobre los daños ya palpables a la convivencia democrática.
Del otro lado, Mauricio Macri desoja la margarita y lamenta que no lo dejen ser el ultraderechista que está dispuesto a encarnar si le aseguraran un premio suficiente. Rodrigo de Loredo clama por migajas de atención, propone alianzas que no le importan a nadie y, serio, se ofrece para aprobar proyectos como el Presupuesto "a libro cerrado". Martín Lousteau no sabe a qué audiencia explicarle sus diferencias con el Gobierno.
Fuera de eso, hay poco más, salvo individualidades que se escandalizan por las mismas cosas; así ocurrió tras el brutal posteo del martes y así volvió a ocurrir ayer tras el discurso rebuznado en Davos.
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Por algo se empieza. Para encontrar alguna reflexión sobre los desafíos del momento hay que apelar a figuras de un nivel de exposición menor. Vale citar dos posturas opuestas.
La diputada radical Karina Banfi señaló con candor en las redes sociales que "la historia le va a exigir al Presidente de la Nación que se defina. O es un liberal que defiende el derecho de cada uno a sus opciones ideológicas y sexuales, o es un totalitario que amenaza con persecuciones y difama a los que disienten con él". Ella, destratada cada día como militante feminista, todavía cree que hay espacio para la duda.
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Quien piensa muy diferente es Juan Grabois, uno de los pocos dirigentes que se plantaron como opositores desde el día uno de la era Milei, sin los atajos de ofrecer "herramientas" ni de dejar hacer a la espera de que, primero, la gente se canse.
El exprecandidato presidencial respondió en términos muy duros a la diatriba apologética de la violencia de Milei, probablemente desentendiéndose de respetar una investidura que su propio titular mancilla cada día. En tanto, a modo de salida del laberinto, propuso conformar este mismo año una alianza amplísima. "Todos los que estamos en contra de Milei, adentro. El que gana, gana y el que pierde, acompaña", explicó.
Entre las figuras con las que no tendría problema en compartir ese espacio, que se ordenaría en "una interna", mencionó incluso a no peronistas como Lousteau, Margarita Stolbizer y Elisa Carrió.
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Mientras Banfi barrunta sus dudas, lo de Grabois parece ingenuo y difícil de aplicar. ¿Cuál sería el contenido programático de una coalición tal, qué proyectos respaldaría en el Congreso? ¿Qué es eso de ganar o acompañar? ¿Qué sentido tendría eso en una elección legislativa? ¿No sería mejor apuntar a un esquema de ese tipo para 2027?
Tal vez, por el momento, alcance con un compromiso transpartidario para evitar avances sobre las instituciones, para repudiar y levantar diques contra las amenazas de violencia, para reclamar explicaciones por el recorte de derechos y para sacar a la luz a asesores que hacen y deshacen sin hacerse responsables de nada. Y, sobre todo, para empezar a convivir y buscar acercamientos para una elección presidencial que no está tan lejos como parece.
Por ahora, la audacia parece demasiado grande. Por la endeblez de la idea y porque el antiperonismo es todavía una frontera difícil de cruzar para algunos.