Me invitan a escribir unas líneas sobre el particular momento que atraviesa la política argentina luego de la llegada de la extrema derecha libertaria al Poder Ejecutivo Nacional. Una pregunta convoca a la reflexión: ¿puede pensarse la irrupción libertaria en términos de oportunidad para motorizar una renovación de la política que logre reconquistar la confianza de la sociedad? En estos días se cumple un año de la asunción de Javier Milei. Un año en el que la reivindicación de la expoliación, retratada en la figura violenta de la motosierra, fue la marca distintiva de una gestión profundamente antipluralista.
Hasta acá, de novedad sólo las formas —por cierto, en lo absoluto desdeñables y sobre las cuales volveremos—. En el fondo, el modelo libertario se conecta, tejiendo redes materiales y simbólicas, con las últimas experiencias neoliberales de la historia argentina reciente. Desde la última dictadura cívico-militar genocida hasta el neoliberalismo de Mauricio Macri, pasando por los gobiernos menemistas, podemos encontrar más continuidades que rupturas a partir de la puesta en marcha de políticas tendientes a liberar precios, anular, endeudar y someter el funcionamiento del Estado al poder económico, saquear los recursos naturales, financiarizar la economía, destruir la industria nacional y provocar una brutal transferencia de riqueza a favor de las elites privilegiadas. En el medio, millones de argentinos y argentinas que, día a día, ven cómo se vida se vuelve más precaria.
El orden moral de Javier Milei
Pero volvamos a la novedad de las formas, a aquello en lo que busca hacer pie el relato libertario para alimentar el engranaje de la expoliación: la construcción de un nuevo orden moral basado en la crueldad espectacularizada. Una crueldad que no sólo es expuesta en toda su crudeza, sino legitimada y, aún más, presentada como elemento de disfrute.
Ley ómnibus. Represión frente al Congreso
Represión frente al Congreso durante el tratamiento de la ley Bases de Javier Milei.
La destrucción se festeja 24/7. El cierre de comedores comunitarios indispensables para la alimentación diaria de cientos de familias vulnerables, la eliminación de las políticas de asistencia a víctimas de violencia machista, el despido de miles de trabajadores estatales o la represión indiscriminada post ajuste sobre el cuerpo de jubilados y profesionales de la salud —que hasta ayer eran aplaudidos por su labor durante la pandemia— son decisiones que, lejos de esconderse, como podría haber pasado con experiencias neoliberales previas, son celebradas y exhibidas por el Gobierno como condiciones de posibilidad para una futura prosperidad individual, tan prometida como ilusoria.
La crueldad, como nos enseñó Rita Segato, se ejerce al mismo tiempo que se enseña. El disciplinamiento, de esta forma, es bidireccional: hacia adentro y hacia afuera. Es así que vemos pulular spots de funcionarios sobreactuando rudeza, por ejemplo, en el patético acto de hostigar a personas en situación de calle. Parece que se puso de moda medirse la miserabilidad.
Siento que estamos frente al reverso de la utopía irrealizable de la que hablaba Galeano. La extraña distopía libertaria se realiza mientras retrocede, intentando destruir todo lazo de solidaridad en la exaltación constante de un sujeto apático e insensible frente al dolor ajeno, pero también dispuesto a ser objeto de sacrificio en la expectativa de un futuro mejor. Sin embargo, que lo exalten no quiere decir que exista.
Resistir a la crueldad de Javier Milei
Retomando la pregunta disparadora por la oportunidad que abre este escenario para la renovación política, la primera sensación es que ninguna oportunidad puede emerger de la crueldad misma, sino de las prácticas políticas colectivas que surgen como respuesta. Aquellas que exceden ampliamente el acto eleccionario y no necesariamente son institucionales. Es en la resistencia donde se abre el escenario para imaginar y construir alternativas al programa de miseria libertario. De abajo para arriba, articulando las luchas y haciendo pedagogía de la solidaridad.
La tarea del campo nacional y popular, sobre todo de quienes formamos parte de la fuerza que perdió las elecciones de 2023, es volver a llenar de contenido las consignas que dejamos vaciar con impotencia. La tarea del campo nacional y popular, sobre todo de quienes formamos parte de la fuerza que perdió las elecciones de 2023, es volver a llenar de contenido las consignas que dejamos vaciar con impotencia.
Como vimos, las identidades colectivas son enemigas de este Gobierno —las mujeres, las disidencias, los jubilados, los trabajadores, los estudiantes, las organizaciones sociales— porque, si no hay colectivo, no hay organización política y la despolitización, hoy exacerbada, siempre fue la estrategia de la derecha.
En este sentido, la tarea del campo nacional y popular, sobre todo de quienes formamos parte de la fuerza que perdió las elecciones de 2023, es volver a llenar de contenido las consignas que dejamos vaciar con impotencia. Eso no se hace en el discurso, sino tejiendo redes en la acción política: en el Parlamento y en la calle, en las universidades y en los sindicatos, en las asambleas y en los centros culturales, en cada espacio donde se dispute la idea de que la libertad es la autorrealización alcanzada a los codazos.