La Elipse, un desnudo prado vecino a la Casa Blanca que suele pasar inadvertido al turismo, se convirtió durante los últimos años en un escenario simbólico de los tiempos turbulentos de la política de Estados Unidos.
Desde allí, el entonces presidente Donald Trump llamó a sus seguidores a marchar hacia el Capitolio el 6 de enero de 2021 para desconocer el triunfo de Joe Biden, con los resultados violentos y dramáticos que ya conocemos.
Cuatro años después, la vicepresidenta y candidata Kamala Harris cerró la campaña demócrata allí, en La Elipse, para evocar aquellos episodios ante miles de militantes y advertir al país sobre los riesgos de volver a darle el poder a Trump.
Harris eligió apuntar a los indecisos que definirán la elección cargando las tintas sobre Trump, más que sobre sus planes, y el expresidente se lo facilitó con mitines en los que Puerto Rico terminó catalogada como una “isla de basura” y sus viejos asesores revelaban su fervor por la total fidelidad de “los generales de Hitler”.
Llegados a este punto, es legítimo razonar que la mitad del electorado registrado -más de 180 millones de votantes- abraza las posiciones reaccionarias que convierten a Trump en un líder global del amplio arco de las nuevas derechas.
La historia que vemos definirse hoy no empieza el 6 de enero en el Ellipse. Antes hubo una evolución de la economía global hiperglobalizada que transformó la matriz económica de posguerra, que también alteró radicalmente la vida y las perspectivas de vastos sectores sociales estadounidenses hoy trumpistas.
Dos Estados Unidos, uno para Kamala Harris, otro para Donald Trump
El futuro pareció reservar lo mejor a las costas, al Este y al Oeste, a franjas de la población más educadas, urbanas y cosmopolitas, con una seguridad económica que les permitió concentrar su foco en reivindicaciones de género o diversidad que, por cierto, Estados Unidos se debía. Los demócratas eligieron ese campo.
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Kamala Harris y Tim Walz.
El otro Estados Unidos, el rural pero también el antiguo cinturón industrial o Rust Belt, pasó en cambio de la insatisfacción al enojo, la indignación y, finalmente, al resentimiento. Unos sintieron amenazados los empleos que heredaron de sus padres, otros directamente su cultura y hasta su propia existencia. La ambulancia republicana de Trump recogió a esos heridos.
Esas “dos almas” de Estados Unidos chocan sin remedio y lo harán más allá del 5 de noviembre, separadas por una delgadísima línea de “indecisos”, en un puñado de estados de voto oscilante “swing state” y, a su vez, en unos pocos condados.
O sea, el destino de la primera potencia mundial se resuelve a nivel muy, muy local y los votantes esperan ansiosos lo que pase el día después con sus propias vidas cotidianas, sus ingresos, sus empleos, sus derechos. El mundo puede esperar.
Kamala Harris y Donald Trump, dos candidatos, una estrategia
¿Será la economía -ese sensible órgano del bolsillo- la que volcará al final la balanza y no la gran batalla cultural que también divide y absorbe al país? Trabajo de encuestadores.
Lo cierto es que para nosotros Harris y Trump son las dos caras de una misma moneda. Girará en el aire hasta caer de un lado, sí, pero desde Argentina -y desde América Latina- valdrá prácticamente lo mismo
En todos mis años de diplomacia, desde la ONU a Washington, nunca vi que Argentina ni la región como tal ocuparan un lugar muy destacado en la agenda de Estados Unidos (México y Cuba son casos aparte).
Por otra parte, las agencias federales estadounidenses despliegan estrategias que van más allá de las tácticas o modales de cada administración.
Kamala ha prometido asegurar el “liderazgo global” de Estados Unidos, como si el discurso aislacionista de Trump llevara a un cierre total de fronteras el primer día.
Ni tanto,ni tan poco. Trump, que efectivamente retiró a Estados Unidos del Acuerdo de París contra el Cambio Climático y debilitó el financiamiento de la OTAN, continuó la rivalidad con China, la creciente influencia en el Indopacífico y otras líneas generales de política exterior ya ensayadas desde Barack Obama.
En un contexto multipolar, sin potencias ni bloques que “dirijan” el mundo, como ocurrió durante décadas, América Latina sí se ha convertido para Estados Unidos en una “periferia penetrada” por otra potencia como China. El interés explícito de Washington por el futuro de recursos como el litio lo demuestra.
Argentina seguirá estando lejor de Estados Unidos
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Javier Milei apuesta a Donald Trump, pero Donald Trump no está pensando en Javier Milei.
Salvo cuando aparecen China, Rusia o Irán, el interés inmediato de Estados Unidos está lejos del país y la región en su conjunto. Esa mirada, sin importar el ocupante de la Casa Blanca, está concentrada en Medio Oriente, Ucrania, Taiwán o el Indopacífico.
Si lo que Washington necesita de la región es que no haga demasiado ruido, nadie debería ilusionarse con que un triunfo de Harris u otro de Trump le procure al país beneficios inmediatos, mucho menos espectaculares para la dimensión de problemas en los que estamos pensando.
Un apretón de manos en la trastienda de una convención conservadora radicalizada -como la del presidente Javier Milei con Trump- está tan lejos de potenciar hasta el infinito nuestras relaciones bilaterales como un triunfo de Harris de hundirlas.
El espectáculo de la moneda en el aire en las elecciones estadounidenses tendrá cientos de millones de espectadores en todo el planeta la noche del martes. Eso nos incluye. Pero desde aquí, hay que tener siempre presente que sin importar del lado que caiga, seguirá siendo la misma moneda.