El papa Francisco, convaleciente en el Vaticano, volvió a mostrarse en público mientras crece la presión del ala ultraconservadora del catolicismo, que empuja la necesidad de un cónclave. El gesto se produjo tras el revés sufrido en la Asamblea Sinodal Italiana, que postergó definiciones clave para el futuro de la Iglesia.
La escena fue atípica. En camiseta, con poncho argentino y en silla de ruedas, Francisco recorrió la basílica de San Pedro y rezó frente a la tumba de Pío X. Fue su manera de decir presente tras 38 días de internación por una infección respiratoria que reactivó los rumores sobre su eventual sucesión. El mensaje no fue sólo devocional, también fue político.
Embed - El Papa visita San Pedro sin tradicional vestimenta
En paralelo, la Asamblea Sinodal Italiana, impulsada por el pontífice, entró en zona de turbulencias.
Tras cuatro años de debates, los mil delegados decidieron suspender el voto final del documento que debía traducir en prácticas la “sinodalidad”, el concepto de “caminar juntos” que Jorge Bergoglio puso en el centro de su agenda reformista. Las diferencias sobre temas como el rol de las mujeres, la homosexualidad o los abusos sexuales bloquearon el consenso.
La decisión fue contundente: 835 delegados votaron a favor de postergar la definición hasta octubre. El cardenal Matteo Zuppi, presidente de la Conferencia Episcopal Italiana y papable del ala progresista, reconoció la “desilusión”, aunque destacó la “libertad” del proceso.
El avance del lobby conservador
Mientras Francisco permanecía internado en el Policlínico Gemelli, los sectores más conservadores comenzaron a moverse. Son los mismos a los que en 2021 el Papa acusó de “quererlo muerto” y que ahora reactivan su maquinaria con un objetivo claro: frenar el rumbo reformista de la Iglesia.
El núcleo de ese lobby antirreformista está en Estados Unidos, con respaldo del Partido Republicano y viejos enemigos del Papa, como Donald Trump y su antiguo estratega Steve Bannon. Desde allí se promueve un “reseteo” doctrinal.
En 2023, un documento anónimo, presuntamente escrito por un cardenal, circuló entre electores papales. Describía a Francisco como ambiguo, autocrático y permisivo, y proponía cerrar toda apertura hacia divorciados, personas LGBTI+ o pueblos originarios.
En este contexto, cualquier signo de debilidad del pontífice alimenta las especulaciones. Su reciente convalecencia no fue la excepción.
La rebelión menos pensada
El fracaso del sínodo italiano representa una señal de alarma. El modelo participativo que busca incluir la voz de los laicos y descentralizar el poder eclesial quedó golpeado. Las críticas al texto por su supuesta ambigüedad y su carácter “lavado” reflejan el malestar de un sector que se resiste a debatir temas tabú como el diaconado femenino o la bendición de parejas del mismo sexo.
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El cardenal Mateo Zuppi, candidato a suceder al papa Francisco
Vatican Media
El hecho de que el propio Francisco haya extendido el proceso sinodal internacional hasta 2028 indica que no hay marcha atrás en su intención de dejar una Iglesia más abierta y democrática. Pero también deja en evidencia que el tiempo apremia y la resistencia interna se mantiene firme.
El papa Francisco, entre la reforma y los cuidados
Aunque con respirador nasal y movilidad reducida, el Papa continúa tomando decisiones. Desde su cama hospitalaria firmó nombramientos y prolongó reformas clave.
La enfermedad implica, sin embargo, un repliegue físico que puede leerse como signo de fragilidad política, algo que sus detractores aprovechan.
“Si no me cuido, me voy derecho al cielo”, le dijo a la primera ministra italiana Giorgia Meloni, durante una visita en el hospital. La ironía no disimula el dilema de fondo: ¿puede un pontífice gobernar con salud frágil y frente a una ofensiva que ya huele a sucesión?
Por ahora, los sectores ultraconservadores deberán esperar. Pero saben que el escenario está abierto. Y que, como advirtió el cardenal argentino Tucho Fernández, Francisco aún guarda “sorpresas”.