LA QUINTA PATA

Jaque al ser peronista

Ajuste y represión, dos líneas rojas de ayer que se han esfumado. ¿Fuertes con los débiles? De la Patagonia a La Plata, no hay inocentes en esa interna.

El Frente de Todos camina hacia arriba en una cuesta enjabonada de 80° y ya no solo afecta dramáticamente sus posibilidades electorales sino, sobre todo, dos bienes aun mayores: la narrativa sobre su patrimonio histórico y el bienestar de la población a la que, se supone, vino a rescatar de las garras de la derecha impiadosa. La realidad, así, queda hecha de ajuste y represión, toda una afrenta al ADN del que tanto ha presumido el peronismo reciente, sobre todo en su variante kirchnerista.

 

La alianza de gobierno, dicen las encuestas y la sensación de cualquiera con la capacidad de dialogar, ha sido abandonada por mucha gente que la votó en 2019, acaso la mitad.

 

Aquella podría alegar que el ajuste que aplica es un producto inevitable de una sumatoria infeliz de variables que le resultan ajenas, tales como los desequilibrios macroeconómicos de siempre; la herencia macrista, el sobreendeudamiento y el retorno condicionante del FMI; la pandemia, el gasto en que debió incurrir para evitar el colapso del aparato productivo –uno que recomendaban hasta los gurúes del liberalismo duro bajo la consigna de que "más adelante veremos qué se hace con ese sobrante de pesos"– y, fatalmente, de la inflación actual del 100% que devora los salarios.

 

Lo que no puede explicar, porque es toda suya, es la represión, una que, por ahora y al menos en el trazo más grueso, no tiene que ver con el ajuste, sino con temas de otra índole, como el foco de violencia mapuche en la Patagonia andina y la inclinación imperdonable de la gente a ir a una cancha de fútbol.

 

Dado lo que se ha visto, provoca miedo pensar en la respuesta oficial si el conflicto social llegara a desbordarse.

 

La cuestión mapuche y las pruebas de violaciones de los derechos humanos perpetradas por fuerzas federales desencadenaron la renuncia de Elizabeth Gómez Alcorta al Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad. Al malhadado Alberto Fernández –alguna vez llamado con cariño "Alberta"– esa salida le reabre la tensión por el gabinete con Cristina Fernández de Kirchner, la que incluye de modo destacado a uno de los últimos fieles del Presidente, el titular de Trabajo, Claudio Moroni. Este hombre es un enigma: si, como se esperaba en las últimas horas, al final cae, ¿habrá sido un funcionario inútil, si se piensa que su tarea ha sido sostener el salario, o, por ahí, el mejor con el que pudo haber soñado si, en realidad, lo suyo pasó por mantener a quienes viven de su esfuerzo en el límite de la pobreza, tal como viene ocurriendo?

 

En tanto, la impresionante represión policial del último jueves en el estadio de Gimnasia y Esgrima La Plata pone en la mira el control efectivo del gobierno de la Provincia de Buenos Aires sobre su policía y su apego a los derechos humanos.

 

Fuertes con los débiles

En uno y otro caso quedan en la mira los responsables de la seguridad, Aníbal Fernández y Sergio Berni, respectivamente, dos supuestos duros de quienes podría decirse, citando a Néstor Kirchner, que parecen fuertes con los débiles y débiles con los fuertes.

 

Llama la atención que el kirchnerismo-cristinismo no haya sido capaz, en casi 20 años de trayectoria nacional, de evitar las figuritas repetidas en su álbum y de promover otra calidad de especialistas, capaces de mejorar los estándares de seguridad ciudadana manteniendo el respeto debido a los derechos humanos.

 

Lo llamativo del caso es que, en lo que a represión se refiere, no hay inocentes. El primero responde al Presidente; el segundo, a un subordinado de este y también a Axel Kicillof, acaso el verdadero delfín de la vicepresidenta para buscar, algún día, el poder nacional. En este punto se termina la impostura de la brecha interna, en la que el cristinismo patalea –a veces mucho, otras poquito– contra un ajuste que, sencillamente, no le es ajeno porque es parte de un gobierno que debe ponerlo en práctica. La discusión, infantil, nunca llega en el panperonismo al punto de que, si hay que hacerlo, que se lo haga, pero de un modo equitativo. En eso y no en levantar la consigna naíf de "no al ajuste" consiste, en esta hora, el verdadero progresismo.

 

A todo esto y dado que el rechazo a la represión es una bandera excluyente del kirchnerismo-cristinismo, ¿qué hace que el gobernador haya mantenido a Berni a lo largo de más de mil días pese a toda el agua que ha corrido bajo el puente de su desafortunada gestión? El tenor del comunicado oficial del gobierno provincial revela el desconcierto de quien mira su obra, pero no la reconoce como suya.

 

Esta columna podría contarle las costillas al sheriff, tanto en lo que respecta al amotinamiento que ha sufrido en su fuerza y a los nuevos conatos recientes como a su pésimo récord en materia de respeto de los derechos humanos. Ahorremos el trámite que ya hicieron de modo inmejorable en Letra P Macarena Ramírezy Damián Belastegui.

 

Así las cosas, si Berni controla a la Policía bonaerense y la brutalidad que es capaz de ejercer, como se vio en la cancha de Gimnasia, Kicillof debe echarlo. Si no lo hace, también debe echarlo. Lo bueno es que tiene la libertad de elegir.

 

La represión desplegada en el Bosque de La Plata desnuda todo lo que ha ocurrido y sigue ocurriendo en esa fuerza, lo que da alas a todo tipo de especulación, a esta altura legítima. En ese listado desfilan un supuesto rechazo de la tropa a los cambios recientes en su cúpula local, el descontento y amague de nuevo amotinamiento por la muerte en un accidente de dos efectivos exhaustos por los extras que deben realizar para redondear un ingreso digno, la idea de que con esa represión sin precedentes de casi una hora –a pie y desde caballos de dos pisos– hayan enviado un mensaje político a la superioridad civil, el historial de variados "negocios" non sanctos y, sobre todo, el gusto histórico –esto sí que es indiscutible– de muchos de sus efectivos por el sadismo, el palo y el plomo. Ah… por si lo habíamos omitido: Kicillof debe echar a Berni.

 

Si el control de las fuerzas policiales de casi todo el país es la gran tarea inconclusa de la democracia argentina, el ADN peronista está en juego como nunca. Habría que ver si con el tiempo ha sufrido alguna mutación, lo que explicaría la crisis de identidad actual del viejo movimiento. Si probablemente vaya a ceder la Nación en las elecciones del año que viene, acaso deba comenzar a considerar seriamente la posibilidad de perder también su bastión bonaerense. Que sus políticas sean malas no sería un obstáculo para que una parte de la sociedad agrietada las refrendase con el voto, como se vio con el 40% que despidió a Mauricio Macri; su problema mayor es la falta de identidad, es decir que no consigue diferenciarse de la derecha que tanto denosta. ¿Con qué legitimidad podría ahora castigar las reprensibles acciones de la policía que enorgullece a Horacio Rodríguez Larreta?

 

Tal como van las cosas, el semáforo en rojo final que el Frente de Todos podría cruzar sería reprimir la protesta estrictamente socioeconómica, la del hambre y la necesidad. Esa sería, acaso, la última diferencia que mantiene con referentes como Patricia Bullrich, Javier Milei y José Luis Espert, entre otros, quienes instan a "meter bala" por entender que el Estado debe retirarse de toda interferencia en la vida pública, salvo para asegurar la imposición de políticas que benefician a las minorías en perjuicio de las mayorías. En otras palabras, para asegurar la paz social de los cementerios.

 

El encuentro de Martin Llaryora, Roly Santacroce y Enrique Vallejos en el despacho del cordobés.
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