LA QUINTA PATA

Peronismo pesimista, ¿país optimista?

La narrativa de Fernández sobre el futuro y la amargura por lo que pudo ser y no fue. Motivos para un posible despegue nacional. ¿El fin de los mandatos cortos?

En privado, sin embargo, el ánimo es otro. La molestia por el daño que el fuego amigo cristinista le ha generado a su gestión es grande, sabe que las encuestas no le dan más aliciente que el de algún repunte parcial y entiende que un eventual alivio en la ecuación inflación-salarios podría beneficiarlo más a Sergio Massaque a él mismo.

Para que el dolor de lo que pudo haber sido y, acaso, se frustró antes de los cien días de mandato con la llegada de la pandemia al aeropuerto de Ezeiza sea más tolerable, el presente tiene que contar con un sentido, una narrativa. Esta es la de los "cimientos" que el Presidente considera que dejará establecidos para que la Argentina logre darse por fin un proceso de desarrollo duradero.

Bien pensado, el discurso de los "cimientos" –evocado en discursos y en el mencionado video– es una expresión de resignación, propia de gobernantes que piden que su legado se valore en algún momento indeterminado del futuro. El propio Mauricio Macri decía en 2019 que su gran obra era haber sentado las bases de un horizonte promisorio, aunque el momento estuviera hecho de ajuste desordenado, reperfilamiento de deudas, restablecimiento del cepo y crédito sin precedentes con el Fondo Monetario Internacional (FMI).

Sin embargo, en esta ocasión, no es solo Fernández quien evoca la cuestión de los cimientos. Esa canción, que tiene tono de tango en el panperonismo, adquiere uno de merengue en Juntos por el Cambio (JxC), donde se festeja que "esta es la primera vez que el peronismo hace el trabajo sucio para el gobierno siguiente".

Ante la unanimidad, cabe analizar el tema. ¿El pesimismo actual del peronismo podría suponer algún optimismo para el país de mañana, ya sea con una presidencia de JxC, de Massa o de otra figura del Frente de Todos?

Si así fuera, cabría pensar que el ciclo político que se inaugurará el próximo 10 de diciembre podría aspirar a ser uno largo, de ocho años. Eso culminaría con la era de los mandatos cortos que signó las presidencias de Macri y –eventualmente– del del propio Fernández, expresión del agotamiento terminal de un modelo que debe refundarse sí o sí.

¿Cuánto más podría resistir una sociedad que no deja de acumular pobres, con un guarismo que bordea el 40% y, algo especialmente sensible, con niveles de necesidad que son mucho más altos entre la población joven? ¿Cuánto más, asimismo, con una caída de los ingresos superior al 20% en los últimos cinco años?

La mitad llena del vaso

Discursos mágicos aparte, una de las condiciones para que la inflación deje de ser el tormento que es y para que los dólares no escaseen al punto de comprometer el funcionamiento de la industria es la estabilización de las variables macro. El acuerdo en vigor con el FMI establece un sendero hacia el equilibrio fiscal primario –antes del pago de deuda– que arrancó con rojo de más del 3% del PBI, que finalizó el año pasado en 2,5%, que debe seguir bajando en el año electoral –¡vaya sacrificio!– hasta el 1,9% y que recién desaparecería en 2025.

Ni eso ni el control de la expansión monetaria serán suficientes por sí mismos para refundar la economía, porque el fenómeno inflacionario es peculiar en la Argentina, con una historia que agudiza al extremo los reflejos defensivos y especulativos de los agentes. Además, en el mejor caso, alcanzar esos objetivos llevaría tiempo y muchísimo sacrificio, es de esperar que repartido del modo más equitativo posible.

Un punto a favor de la administración que venga es que arrancaría con el crédito de las recién llegadas y que podría concentrar las decisiones antipáticas en su primera mitad. ¿A tiempo para exhibir algún logro, por caso una reducción sensible de la inflación o una restauración del crédito, antes de los comicios legislativos de 2025? Si todo anduviera bien, el segundo bienio podría ser usado para preparar una campaña prometedora por la reelección.

Por otro lado, la estructura productiva ya está en proceso de mutación. El crecimiento esperado de las exportaciones de "economía del conocimiento", litio, minería en general y, de manera especialmente prometedora, de petróleo y gas permiten pensar en condiciones mejores a mediano plazo.

Vaca Muerta es el gran nombre de esa esperanza. El plan Gas.ar, el avance veloz del gasoducto Néstor Kirchner y los planes para llevar ese combustible hasta San Pablo, el corazón industrial de Brasil, prometen generar en 2026 un punto de inflexión para la Argentina. Si todo transcurre como se espera, ese año las exportaciones del fluido aportarían tanto como lo que hoy genera la totalidad del complejo sojero.

Si a eso se sumara el reemplazo de importaciones carísimas de gas natural licuado (GNL) y caras de fluido boliviano, el ahorro fiscal sería equivalente a 2.200 millones de dólares este año y el de divisas, a por lo menos 1.500 millones. Hacia 2028, cuando comience el gobierno subsiguiente, el primer ítem habría reportado un beneficio acumulado de casi 20.000 millones de dólares y el segundo, uno superior a los 46.000 millones, según proyecciones oficiales. En síntesis: el gas no convencional supondría una solución de fondo al problema fiscal y a la restricción de divisas del país. No por nada Fernández habla de los "cimientos" con un dejo de tristeza.

Y sin embargo…

La situación nacional es suficientemente compleja como para presumir que Vaca Muerta resolverá todos los problemas. Mucho menos puede decirse eso cuando se piensa en la tutela del Fondo.

Tal como anticipó Letra P, si llegara al poder el ala "paloma" del PRO, el plan económico apuntaría a anticipar a fines del año que viene el logro del equilibrio fiscal y, con eso, el fin del financiamiento del Banco Central al Tesoro. De más está decir cuánto puede doler un ajuste que pase a la velocidad de la luz de un rojo presupuestario de 2,5% del PBI a cero en ese lapso. ¿Y si llegaran los halcones?

Además, los recortes saldrían de una reducción drástica de los subsidios a los servicios públicos, de las transferencias de la Nación a las provincias y de una nueva fórmula de actualización de las jubilaciones, una que las atrasaría todavía más. La delicada situación social hace que la elección de lo fiscal como ancla de las expectativas genere interrogantes sobre las condiciones de gobernabilidad en los próximos años.

Con una continuidad peronista moderada –por llamarla de algún modo–, la apuesta acaso tenga alguna semejanza con lo mencionado, pero cabría esperar un apego mayor a lo que queda del gradualismo, aun a expensas de una menor confianza del mercado financiero.

Podría ponerse en tela de juicio la importancia de cultivar la confianza de los agentes financieros. Sin embargo, si se tiene en cuenta la millonada que la deuda renegociada impone pagar desde 2025 –lo que obligaría a encontrar algún mecanismo de refinanciación o, directamente, ir a una nueva reestructuración–, el asunto se pone más serio.

Si de deuda se habla, claro, no pueden soslayarse los 44.000 millones que se le seguirán debiendo al FMI y tampoco la deuda privada en pesos, una pelota que solo este año impone vencimientos de 16 billones de pesos.

Los "cimientos" del futuro implican autoabastecimiento energético, exportaciones de gas, diversificación productiva, mayor estabilidad macro y alivio a la restricción de divisas. Pero, a la vez, un ciclo de ajuste que, después de la obtención del equilibrio fiscal primario, se prolongaría en la necesidad de ahorrar más para hacer frente a vencimientos de deuda ingentes o para convencer al mercado de que prestarle a la Argentina a tasas razonables no es arrojar dinero a la basura.

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